Un pellizco al cuerpo, para despertar el alma

Cuando fuertes tormentas, negros nubarrones, truenos y rayos, afectan y hasta dividen la familia, la sociedad, el mundo; cuando no se vislumbran los orígenes de los males; cuando no se conocen las soluciones ni la forma de detenerlos; la incertidumbre y el pánico suelen apoderarse de la población, especialmente de aquellos que carecen del bastón más fuerte para sostenerse:  firmes valores cristianos.

 Son muchos los que han vivido sin confiar en el gran poder de Dios, sin cuidar lo espiritual, más bien aferrados a lo material; estos, generalmente, ante cualquier pandemia, huyen sin rumbo, vociferando sus temores, alarmando. Sin embargo, los que dan prioridad a cuidar el alma, enfrentan con fe, los buenos y desagradables momentos; suelen mantenerse más sereno en medio de la tormenta.

A causa del coronavirus, estamos viviendo una etapa difícil. A mi juicio, esta pandemia pellizca el cuerpo para despertar el alma; invita a que nos detengamos y reflexionemos sobre nuestro diario vivir; es un recordar que en este mundo estamos de paso, que todo queda, que, ante Dios, somos iguales.  Muchos lo olvidan; acaparan riquezas materiales, sin pensar en el prójimo.

Pandemias como el coronavirus llegan, como especie de alarma que se enciende, cuando la humanidad necesita revisar su comportamiento, las metas, métodos, actitudes y acciones para con los demás. Dios observa y da señales; debemos pedirle luces para entenderlas, para no perdernos en medio de la abundancia, de la escasez, de los éxitos, de las alegrías y tristeza; para que no tenga que pellizcarnos a fin de que despertemos y enderecemos el camino hacia el bien común.  

 Para   combatir el coronavirus, los gobiernos enfatizan cuidar el cuerpo:  mascarillas, distanciamiento, lavar manos, pruebas médicas, hospitales, vacunas, etc. pero descuidan el alma. Urge incentivar la ayuda de iglesias, sacerdotes, pastores, etc., de los que tienen como misión cuidar lo espiritual; deben dinamizar sus acciones, recordando el poder de Dios; así como combatir antivalores, corrupción, ambición; abogar por justicia social, igualdad, sanar el alma de la humanidad.

El coronavirus invita a que cada hogar se convierta en un templo para la reflexión, para compartir y ahondar lazos familiares, muchas veces dispersos; a eliminar apegos materiales innecesarios pero que pueden ser útiles a más desposeídos.

Procede que los gobiernos, de la misma manera que mantienen abierto hospitales y supermercados, para cuidar y alimentar el cuerpo, faciliten mantener abierta las iglesias, los templos, para alimentar el alma; aprovechar su tranquilidad y silencio para fortalecer el espíritu; para descargar la mente de las angustias, temores, preocupaciones, limitaciones; para hablar con Dios, para sentir alivio y encontrar paz.

 Recordemos que la vida es un viaje, por tiempo limitado, a un lugar hermoso, pero de muchas tentaciones. La disfrutan con paz, quienes tienen a Dios como su guía.

Dan pena, los insaciables, que pierden la paz , en su afán de tener   bienes materiales; no hay tesoro más valioso que tener la conciencia tranquila. Se logra esgrimiendo los sanos principios morales que pueden llevarse y exhibirse con orgullo por todo el mundo: amor, respeto, comprensión, honestidad, solidaridad, humildad; contribuyen a la salud mental y al bienestar general.

Pandemias como el coronavirus, han demostrado, que exhibir bienes materiales para alardear, solo atrae pestes, males, que la misma riqueza no los puede combatir. De hecho, hoy, se podrán tener millones, pero no se puede viajar, disfrutar ni comprar medicina para este mal y hasta si te enferma y muere no te pueden acompañar, ¿cuál es la señal?, que lo más valioso es la paz espiritual.