En esta sociedad se percibe una especie de distorsión en torno al concepto de la amistad, porque ahora mismo es difícil ver alguien que ayude a un amigo en un momento difícil por el cual esté atravesando. Es lamentable que sólo impere por el interés el “amiguismo efímero”, el amigo ocasional o el oportunista, como es típico en la política y en otras actividades de la vida.
No podemos negar que hay “buenos amigos” de tragos, de clubes, de juegos, de trabajo, de vecindad, de fiestas, de partidos, de religión, etc., pero ¿podemos confiar en ellos, en momentos difíciles de nuestras vidas?, podría ser que excepcionalmente haya alguien que ayude a un amigo, pero no es lo habitual a causa del egocentrismo.
Traigo a colación una historia, la cual ha impactado a muchas personas que verdaderamente rinden culto a la amistad y están siempre dispuestas a responder al amigo en cualquier circunstancias de la vida en que éste se encuentre, sean buenas o malas.
Un militar le informó a su superior: “Mi amigo no ha regresado del campo de batalla, señor. Solicito permiso para ir a buscarlo, -dijo un soldado a su teniente. Permiso denegado, -replicó el oficial-.
“No quiero que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto. Haciendo caso omiso de la prohibición, el soldado salió, y una hora más tarde regresó mortalmente herido, transportando el cadáver de su amigo.
“El oficial estaba furioso: -¡Ya le dije yo que había muerto! Dígame… ¿merecía la pena ir allí para traer un cadáver? Y el soldado moribundo respondió: -¡Claro que sí, señor! Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: «Estaba seguro que vendrías ayudarme…»Un amigo es aquél que llega cuando todo el mundo se ha ido”.
La amistad es definida como un sentimiento recíproco, una relación desinteresada entre dos personas, donde participan el cariño y el respeto mutuos. Se cree que este término proviene del latín “amicus”, el cual a su vez, es una derivación de “amore” (amar). Si bien para que se produzca una amistad debe darse en dos individuos simultáneamente, puede ocurrir que uno de ellos considere al otro amigo, y el otro no; esto es muy frecuente, ya que no todos tenemos los mismos criterios para elegir a quien llamar de esta forma.
Advertimos que hemos establecido una amistad cuando encontramos en ella comprensión, sinceridad, preocupación, alegría, confianza y amor. Ante una verdadera amistad, ni el tiempo ni la distancia pueden interferir. Esta amistad, verdadera, es capaz de brindarnos un gran apoyo para superar los momentos duros de la vida, y celebrar los tiempos felices.
Hay personas que tienen un concepto muy particular sobre la amistad, como los que dicen que un amigo es un peso en el bolsillo. Otros consideran que el dinero atrae a muchos amigos, lo cual es quizás una experiencia entre personas pudientes. Hay un refrán que dice “el amor y el interés se fueron al campo un día y más pudo el interés que el amor que le tenía”.
Sin embargo, no es lo mismo un amigo que un conocido. A veces conocemos a muchas personas, pero tenemos pocos amigos en quienes confiar, y esta ha sido la constante de aquellos que no entienden el verdadero sentido de la amistad. A veces escogemos a una persona que creemos amiga, en el que depositamos nuestra confianza, para una actividad importante, pero qué chasco sufrimos cuando ésta nos defrauda, lesionándonos anímicamente.
La Biblia dice que “en todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia”, (Proverbios 17:17).
Jesucristo tenía un concepto incomparable de la amistad cuando dijo que “nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor, pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os la he dado a conocer. No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis frutos, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidierais al Padre en mi nombre él os lo dé. Esto os mando: Que os améis unos a otros” (Juan 15:13-17).
Desde hace años mantengo una relación Jesucristo, quien en momentos de tristeza, dolor, escasez, enfermedad, alegría, éxitos y fracasos en el transcurrir de mi existencia me ha auxiliado y nunca me ha fallado. Ese amigo, lo conozco desde mi lejana juventud como mi Señor y Salvador. Desde entonces he sido bendecido física y espiritualmente. Ahora disfruto de su amor, gozo y paz que sobrepuja todo entendimiento.
Jesucristo, el Hijo del Dios viviente, también quiere, amigo lector, que tú lo acepte como tu amigo, búscalo y gozarás de la amistad más maravillosa que hombre alguno pueda disfrutar. Él nunca te fallará.