Los datos del Informe Regional de Desarrollo Humano 2021 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en materia de cultura democrática, son escalofriantes. Al 68 % de los dominicanos no le importaría tener un gobierno no democrático, siempre y cuando sea eficaz. Ahí el país aparece en la liga con El Salvador (68%), Nicaragua (67%), Honduras (66%) y Guatemala (65%). Asimismo, el 50% de la población dominicana considera aceptable que el presidente de la República controle los medios, en comparación con El Salvador (68%) y el promedio regional, que es 36 %. Son datos terribles, si partimos de que El Salvador evoluciona hacia una autocracia y que Nicaragua es una dictadura pura y dura, en donde el gobierno ha apresado a la mayoría, sino todos, de los candidatos de la oposición política.
Lo que significan estas cifras es muy sencillo: la democracia constitucional (entendida como elecciones libres e instituciones del Estado de derecho) pierde apoyo, creciente y principalmente en las clases populares. ¿La suerte dominicana hasta ahora? Por un lado, haber contado con partidos fuertes desde el inicio de la transición democrática en 1978 hasta la fecha: PRD-PRSC (1978-1996), PLD-PRD (1996-2012) y PLD-PRM (2012-). En segundo lugar, unas élites económicas que apostaron a la democracia y una clase media mayormente comprometida con la democracia y motora de los grandes cambios sociales en el país. Pero, como han dejado claro esos dos grandes filósofos llamados Willy Colón y Hector Lavoe, “todo tiene su final”. Es obvio que, si no se democratizan y fortalecen los partidos y si la mayoría de la ciudadanía no se siente empoderada, incorporada al sistema político y atendida en sus grandes demandas sociales, tarde o temprano surgirá el Bukele o el Bolsonaro dominicano porque, lamentablemente, el peso del nacionalpopulismo en nuestro país es mayor que el de una [por el momento inviable] izquierda populista. En Dominicana, el populismo es [ultra] nacionalista o no será.
Que los dominicanos quieran mayoritariamente una autocracia eficaz no significa que quieran una dictadura como la de Trujillo o Somoza o como la de los regímenes burocráticos autoritarios del Cono Sur de los 70-80. Que Bukele sea tan popular en el país -o, por lo menos, entre los liceístas- demuestra que muchos dominicanos se inclinan al “autoritarismo light, flexy, cool, suave o chévere” salvadoreño: supremacía presidencial en las redes y los medios, golpe de estado para suplantar jueces, aplastamiento de los órganos extra poder, lawfare para eliminar adversarios políticos bajo el disfraz de persecución judicial y sometimiento de los empresarios privados a control político.
Que no caigamos en el populismo autoritario no depende del pueblo porque el pueblo, perdonen la redundancia, es populista y, por demás, autoritario, pues entiende que es preferible un gobierno eficaz, aunque no sea democrático. Evitar la deriva autoritaria y populista, depende, en verdad, de los dos grandes partidos, de las elites económicas y de la clase media. En especial, cuando las élites retiran su apoyo a la democracia -la “traición de las elites” le han llamado Christopher Lasch y Carlos Raúl Hernández-, como ocurrió en Weimar y Caracas, es el comienzo del final. Por eso las democracias duraderas no son solo electorales sino también “democracias pactadas”. La España territorial y políticamente invertebrada y la tragedia venezolana se deben respectivamente a la satanización de los Pactos de la Moncloa -y su “régimen del 78”- y del “puntofijismo”.
Los dominicanos necesitamos un gran pacto PRM-PLD, lidereado por el presidente Luis Abinader, para convenir las grandes reformas socioeconómicas que disparen la inversión, el empleo, la productividad y las exportaciones y la acupuntura institucional que permita fortalecer nuestra democracia, el sistema de frenos y contrapesos y enfrentar los retos de la [post]pandemia Covid-19. Estos no son momentos, en medio de una pandemia, de atizar la crispación, como pretenden algunos “apolíticos”, con la más perversa, irresponsable y equivocada de las posiciones políticas. Es hora de que el presidente Abinader, en su talante conciliador, como nuestro Jefe de Estado, proclame, como Churchill ante el Parlamento en 1940: “En este momento me siento autorizado a reclamar la ayuda de todas las personas y a decir: ‘Venga pues, vamos juntos, adelante con nuestras fuerzas unidas’.” Para cargar entre todos con las grandes decisiones que no deben dejarse solo en las espaldas del Presidente y su partido, porque son impostergables y deben ser asumidas en consenso con todos los sectores políticos y sociales. Para demostrar a los dominicanos que la democracia es más eficaz que una autocracia.