Cuando baje la marea de las emociones provocadas por el convincente triunfo de Danilo Medina, que ha de ser rápido para su bien, el Gobierno y el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) con todo y sus 14 partidos aliados, deben pararse en actitud autocrítica frente al espejo de la conciencia.
Si bien el candidato oficialista superó con cinco puntos porcentuales (51 por ciento) a su contendor Hipólito Mejía, del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), hay preguntas que, en medio de la bruma de la victoria, muchos quisieran pasar por alto. Y seguir esa corriente azarosa sería el primer gran error del presidente electo de cara a su próxima gestión y al destino de su organización.
¿Por qué el mapa electoral quedó pintado de blanco en gran parte del Cibao y de morado en casi todo el suroeste? ¿Por qué hubo que hacer tanto esfuerzo para ganar en primera vuelta?
Medina perdió en gran parte del Cibao por el desencanto generalizado con los funcionarios gubernamentales y, por tanto, con el Presidente Fernández. Y se salvó en el sur hasta la frontera debido a razones más afectivas que de agradecimiento a ejecutorias del Gobierno. Allí también el descontento es mayúsculo.
El nativo de la empobrecida comunidad Arroyo Cano, provincia San Juan de la Maguana, ganó las presidenciales en general porque el partido opositor, una vez más en su larga historia de conflictos, fue incapaz de rearticularse, y su candidato erró y amenazó tanto que generó miedo y distanciamiento en un segmento decisivo de los electores.
La decepción con el Gobierno y el PLD ha sido una construcción paciente y testaruda a través de los años. A nadie le hacen caso, parecen mulos sin domar.
Los funcionarios, designados y electos, en mayoría carecen de vocación de servicio; no tienen ni idea de sus responsabilidades sociales. Son arrogantes, distantes, vagos, impopulares, inoportunos, ayantosos, caprichosos, cometas, holgazanes, poco solidarios, cursis, figureros, negreros, ingratos… Apenas se dejan ver y se vuelven simpáticos cuando necesitan apoyo o les urge hacerle bulto al Presidente durante alguna inauguración. Creen que todo lo resuelven conque algunos “amigos” de la televisión, la radio y los periódicos le cantaleteen una brillantez y unos logros que solo existen en sus cabezas de papel. Están demasiado lejos del perfil requerido para un político en una sociedad vergonzosamente pobre y analfabeta como la nuestra. Lo peor de todo: son eternos en los cargos y cada uno se considera un “presindentico” dueño de una “parcela” donde sacian su hambre de enriquecimiento. Algunos como Taty Guzmán, la de Senasa, son excepción.
El PLD, como partido, va camino a la extinción, y eso será rápido si no hay intervención oportuna. Unos cuantos de sus dirigentes están aferrados a sus orígenes y trabajan con ahínco. Héctor Olivo es uno de ellos. Pero los famosos intermedios están cerrados. Solo cuando se asoman procesos electorales, los abren y los pintan a la carrera, y entonces aparecen dizque a darle calor dirigentes de pacotilla; o sea, gente viva que se ha apropiado de esas estructuras para, a través de la influencia que dan, repartirse los cargos y las prebendas que aparezcan.
Esas son de las razones del mísero 37 por ciento (debió ser 50) que acaba de obtener en las elecciones del 20 de mayo el PLD fundado en 1973 por el ex Presidente Juan Bosch. Un partido que, desde 1996, ha recibido sobradas muestras de confianza por parte de la población, pues ha ganado en primera vuelta cuatro de cinco elecciones presidenciales.
Así que Danilo Medina tiene un desafío del tamaño del sol: para erradicar el analfabetismo y la pobreza que nos afrentan ante el mundo, primero deberá instalar un gabinete funcional, gestor de soluciones, humano y cercano a la gente. Y de paso iniciar un movimiento que termine con la re-fundación del PLD. Pero él, no yo, es el presidente de la República electo.
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