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Una mirada al año que termina

El año empezó con un optimismo cauteloso de que lo peor había pasado y de que la economía mundial comenzaría a repuntar y a reencauzarse por el camino de la normalización.

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El 2022 comenzó con la expectativa compartida alrededor del mundo de superar la pandemia del COVID -19 que durante los dos años previos había causado millones de muertos, dislocado la economía mundial y puesto en serios aprietos a los gobiernos en cuanto a la disponibilidad de recursos para atender las demandas de servicios de salud y asistir a la inmensa cantidad de personas que quedó sin empleos y sin ingresos. Por todos lados se redescubrió la importancia de tener Estados fuertes que dieran respuestas a situaciones dramáticas como las causadas por la pandemia que ni el mercado ni las personas dejadas a su libre albedrío podían enfrentar. El año empezó con un optimismo cauteloso de que lo peor había pasado y de que la economía mundial comenzaría a repuntar y a reencauzarse por el camino de la normalización.

El optimismo no duró mucho. Un autócrata ruso llamado Vladimir Putin, con pretensiones imperiales a la vieja usanza de los zares, decidió invadir a Ucrania con la falsa  idea, basada en una pésima información de inteligencia, de que los soldados rusos serían recibidos como héroes y de que en cuestión de varias semanas tomarían el control de Kiev y desde ahí el resto del país. El discurso de legitimación de la invasión militar no podía ser más ridícula: despojar del poder a un gobierno nazi que, cuánta ironía, estaba encabezado precisamente por un presidente judío.

En la ecuación de guerra de Putin estaba que el presidente ucranio –Volodímir Zelenzky- era un comediante sin experiencia de Estado que seguro recogería sus cosas cuando oyera los primeros tiros y buscaría un exilio dorado en algún país occidental. Cuán equivocado estaba Putin, al igual que tanta gente pensó que este político improvisado no aguantaría la presión de una guerra desatada por una de las principales potencias militares y nucleares del mundo. Para sorpresa de la opinión pública mundial, Zelenzky decidió jugar su papel, literalmente hablando, de convertirse en el símbolo de la resistencia a la invasión armada. Con una sabiduría mediática impresionante, el presidente ucranio ha tenido la capacidad de mantener la confianza de los países que lo apoyan y sostener el esfuerzo a pesar de las adversidades.

La chapucería rusa en esta guerra ha quedado más que demostrada. En poco tiempo las tropas de Putin salieron despavoridas de los alrededores de Kiev, se han replegado de muchas de las zonas que habían conquistado y al final decidieron hacer lo peor que puede hacerse en una guerra: atacar la infraestructura civil, incluyendo hospitales, escuelas y edificios de apartamentos, destruir las fuentes de energía y matar de paso a decenas de miles de civiles. En algún momento Putin deberá enfrentar algún tribunal internacional que lo juzgue por crímenes de guerra.

Los efectos de esta guerra hacia el resto del mundo han sido devastadores. El impacto en los precios de los alimentos y en el de la energía ha sido enorme dado el hecho de que Europa occidental se hizo muy dependiente del gas y el petróleo rusos y de que Ucrania, un enorme productor de granos, no ha podido suplir su producción a sus mercados compradores por el bloqueo ruso. Por esto, la invasión rusa a Ucrania ha tenido un efecto tan devastador no solo en Europa sino también en el resto de la economía mundial, la cual estaba ya impactada por el dislocamiento de las cadenas de suministro debido a la pandemia del COVID-19.

En medio de estos efectos perversos de la guerra algunos analistas han invocado un acomodaticio realismo político en las relaciones internacionales para permitir que Putin se salga con la suya como forma de superar los males económicos que esta guerra está causando alrededor del mundo. De imponerse esta esta manera de pensar, Putin se envalentonará, se quedará con un pedazo de Ucrania, como ya hizo con Crimea, y en no mucho tiempo irá por más con su lógica imperial de corte zarista, como muestra el historiador británico y profesor de la Universidad de Londres Orlando Figes en su fascinante libro The Story of Russia. Por eso es tan importante el apoyo que Estados Unidos y sus aliados de la OTAN le están dando a Ucrania para que sus fuerzas armadas y el pueblo ucraniano en general puedan resistir esta invasión que, dejados a su suerte, no hubieran podido hacer.

Este acontecimiento cambió lamentablemente el panorama de este año que termina. Los bancos centrales en al menos los países occidentales han tenido que aplicar políticas fuertemente restrictivas para controlar la inflación, lo que ha frenado la actividad económica y retrasado la plena recuperación. Lo peor del caso es que no se ve una salida clara a la guerra en Ucrania en el corto plazo, a menos que se quiera complacer las ambiciones imperialistas de Putin, lo que no ha permitido Zelenzky con su firme actitud de defensa de la soberanía nacional y el gran apoyo que ha recibido de las fuerzas armadas y del pueblo ucraniano en general. Por su parte, el presidente Joe Biden ha logrado fortalecer la relación de Estados Unidos con sus aliados europeos, mientras que Suecia y Finlandia han solicitado su ingreso a la OTAN ante la amenaza latente rusa, lo que augura un fortalecimiento de la alianza transatlántica que podrá considerarse uno de los efectos positivos de esta guerra.

En lo que respecta a países como el nuestro, tan lejos de la zona de conflicto, la guerra también ha tenido un impacto negativo en el costo de los combustibles y los alimentos. Aquí también el Banco Central ha tenido que adoptar políticas monetarias restrictivas como respuesta necesaria a la presión inflacionaria luego de haber implementado medias expansivas en medio de los peores momentos de la pandemia para darle un alivio financiero a las empresas y otorgarle capacidad de compra a los consumidores. En este contexto, nuestra economía ha mostrado, una vez más, su capacidad de reacción positiva ante choques externos, lo que se manifiesta de manera prominente en la vitalidad de los sectores generadores de divisas, incluyendo las remesas de los dominicanos que han migrado a Estados Unidos, Europa y otras partes del mundo. Desde luego, la guerra en Ucrania seguirá siendo, por un tiempo todavía indefinido, una realidad que afectará la economía global y local, por lo que hay que esperar y desear que, más temprano que tarde, se ponga fin a esta guerra  y se inicie un ciclo de paz, estabilidad, crecimiento y prosperidad.

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