Ahora que, ¡por fin!, un gobierno se ocupa seriamente de la educación, me parece una prioridad que el sistema escolar enfatice en la necesidad de que los estudiantes mejoren su dicción y aprendan a hablar bien su idioma, el español. Muchos de los problemas que técnicos y profesionales confrontan en el mercado laboral se relacionan con su incapacidad para expresarse correctamente, en especial en los casos en que el lenguaje juega un papel fundamental en el ejercicio de una profesión o un oficio.
Hablar con propiedad es un atributo que se aprende a temprana edad. Y enseñarlo adecuadamente es una tarea primordial de la escuela, desde que se ingresa a ella, porque el regionalismo insular en el habla crea vicios imposibles de superar cuando se alcanza cierta edad. Incluso es preocupante escuchar a muy buenos estudiantes de colegios muy acreditados, excelentes por ejemplo en ciencias y matemáticas, pero penosamente cortos en el hablar. Las fallas del sistema en la enseñanza del idioma estriban en la poca atención que se le presta al habla y, por supuesto, a la escritura, en los niveles más bajo del sistema escolar, muy especialmente en la enseñanza pública, si bien es justo admitir que la falla afecta también la esfera privada.
La tarea parece más relevante ahora que el nuevo lenguaje de las redes impone normas, generando patrones que distorsionan el aprendizaje del idioma, distorsionando muchas veces la esencia y el significado de las palabras. En mis tiempos los estudiantes no disponíamos de los instrumentos modernos que hoy ocupan todo el interés de los jóvenes y adolescentes, concentrados más en los mensajes de WhatsAap, y de Facebook, que en los libros de textos. La lectura era casi una obligación. Los profesores nos corregían cuando uno se expresaba en clases cortando las palabras y no me puedo imaginar entonces un “mire, profe, porfa”, sin pedir previamente permiso para hablar.