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Urgente: Cuando la honradez se va sin regreso

Tony Pérez.

Tony Pérez.

El hombre con cara de serio estacionó su carrito Corolla justo al lado de la verja de mi casa. Bajó la vara que traía agarradita sobre la cabina y, de inmediato, con el mayor desparpajo del mundo, comenzó a tumbar aguacates como si la mata fuera de su propiedad. Cuando se le increpó sobre tal atrevimiento, burlón extremo, reaccionó: “Es solo un par, vamos a compartir”.

Al sentirse descubierto, sin ningún sonrojo, agarró su cosecha y su palo, se montó en el coche y arrancó en dirección sur, sin imaginar siquiera las probables consecuencias inmediatas de su maña y sus ironías. Eran cerca de las siete de la noche del jueves 17 de enero.

En medio del trance en que me metió con su abuso, respiré hondo y atiné a decir en su ausencia: “Ojalá sus hijos no salgan delincuentes; tienen el maestro en la casa. Un día se topará con alguien que, impotente, le cobre caro su costumbre de mofarse del otro mientras roba”.

MATITA TESTARUDA

En 1996 sembré la matita que había traído junto a otras de un vivero contiguo al centro universitario de la UASD, en San Francisco de Macorís. Dos años después el ciclón George la atacó con saña; solo dejó un tronquito que luego renació.

Cuidándola con excesivo celo, comenzó a crecer, sin importar fuerzas de vendavales ni terreno rocoso, hasta que su follaje cogió forma de sombrilla. No me valió enderezar sus armas para que no ocuparan el filo de la verja ni el techo de la casa. Ha resultado testaruda, mas la amo por su gran nobleza de producir muchos aguacates de calidad, fuera de temporada.

Sería injusto no reconocer a sus contemporáneas: níspero, cereza, guayaba, coco, naranja, mangos… Del “conuco haitiano” que poseo, solo un árbol sucumbió: el zapote. Una hoja de zinc voló, durante el ciclón, y la cortó como una tijera a una hoja de papel, y parece que le inyectó un veneno fatal. El troncó secó en pocos días, pese a acondicionarlo y mojarlo todos los días. De mi frutal, reproduje algunas de las plantas y regalé a los vecinos, pero luego supe que el 99,9 por ciento había optado por cementar sus patios porque “no quiero lodo ni cerca”.

UN PLACER GENIAL

Lo que hizo el hombre imprudente con cara de santo se repite a diario, no solo con los aguacates, sino también con naranjas, guayabas, cerezas… Él usó su caña especial; otros se suben al techo y la verja y hasta derraman las matas sin condolerse. Cada quien tiene su método para robarse lo ajeno a la vista de todos, sin rubor. Lo hacen jóvenes y adultos; vecinos y no vecinos.

En otros tiempos eso no ocurría. O por lo menos, sucedía muy poco. Siempre nuestros viejos y viejas decían que “quien se roba un chele (un centavo), se roba una vaca, y quien se roba una vaca, se roba una casa… Que lo ajeno ni se mira porque ladrones no puede haber en la casa”. Tal drasticidad benigna dejaba sin embargo un huequito de flexibilidad: “si usted está interesado en algo ajeno, debe pedirlo a su propietario”, advertían.

La rabia de mi padre, don Curú, era que le robaran. Porque lo creía innecesario si regalaba casi todos los productos de su conuco, igual que las carnes de res y chivo, cimarrona o doméstica, y hasta la leche. Por eso le dolió tanto que, en los años ochenta del siglo pasado, le robaran su adorado caballo, el “colorao” de sus faenas diarias, el que tanto nos quería, el que bañábamos y peinábamos. Un día se lo llevaron del patio y jamás supimos de él.

Le atormentaba hallar gente encaramada sin su permiso en sus cocoteros o cosechando las batatas, yuca, cañas y los guineos que él cuidaba con tanto celo hasta que estuvieran bien llenos. Le molestaba sobremanera que le hurtaran chivos, patos y gallinas con todo y huevos.

Jovenzuelo, jamás pensé que el Pedernales donde se dormía con las puertas abiertas, después no sería igual. Menos que lo sufrido en ese momento era apenas una puntita de la descomposición que comenzaba a cubrir el país con carácter epidémico.

A la vuelta de cuatro décadas, el robo, el engaño y las mafias han conseguido carta de legitimación. A veces pienso que, aquí, robar ya es “un placer genial”. El prestigio y la honestidad se compran con dinero. Cada vez más hay gente que roba y se queda como si nada pasara, pelando los dientes, derivando culpas en otros. Cada vez más familias, incluidos padres y madres, promueven la delincuencia de sus hijos e hijas, y comparten lo robado sin ruborizarse. Los políticos corruptos no robaran tanto si desde las familias se pudiera levantar la bandera digna de la honestidad.

La honradez se marchó para no volver, sin embargo, como si sufriera de Alzheimers. Sufrimos una epidemia de tigueraje en todos los niveles de la sociedad. Nos jodemos la existencia desde la misma raíz. Paremos y mirémonos al espejo. Veremos nuestra profusión de manchas.

No es fortuito que Gilbert, “El muerto” y “Kimba” se hayan rebelado contra la sociedad desde la tarima del delito y la muerte. Desde su teoría, tontos serían si prefirieran la soledad y la exclusión social. Si tienen su propio gobierno, su constitución y mucha gente, incluidos policías, políticos, empresarios y otros perfumados, les rinden pleitesía.

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