Conservo una grabación, para mi vital, en la voz del líder del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), José Francisco Peña Gómez, solo recordado y usado los 10 de mayo, aniversario de su muerte a causa de un cáncer estomacal.
Sus palabras allí plasmadas no me sorprendieron, pero me ayudaron a admirarlo más aunque no haga alardes demagógicos desde su deceso en 1998.
Entre 1995 y 1996 sufríamos el agitar de la campaña política. Competían por la Presidencia, Leonel Fernández, del ahora oficialista Partido de la Liberación Dominicana, y el propio Peña Gómez, del PRD.
La presión estaba al máximo. Y yo era director y locutor del principal noticiario del país: Radio Mil Informando. Era tal la credibilidad del medio que los oyentes solo asumían como verdad lo que allí leían con estilo particular los locutores.
Un grupo se reunió en casa de un connotado dirigente del partido blanco cuyo nombre no menciono porque ya está muerto. Asistieron a la actividad realizada cerca de las siete de la noche estrategas y una camada de periodistas, algunos de ellos son hoy nuevos ricos o acomodados por su “gran trabajo” en el Gobierno.
El punto principal de su agenda era del caso del director de Radio Mil Informando, “al servicio del PLD”. En ambiente virulento, abrieron una lluvia de ideas: “hay que desacreditarlo”, “hay que joderlo”, “hay que amenazarlo”, “hacerle daño, porque tenemos todos los medios en nuestras manos, pero no podemos controlar a ese muchachito que tiene en sus manos el principal; no ha valido”…
Terminaron su macabra reunión aprobando todo, y algo más: visitar al dueño de la estación en su oficina del Malecón…
Y para allá corrieron porque, a sus fines políticos, inclinar tal noticiario, inclinar su pluralidad, era de vida o muerte. Y una vez en el lugar, exigieron mi cancelación. El vocero fue un importante ex dirigente de la organización que aún se ufana de respetuoso de la democracia y de la libertad de expresión y difusión del pensamiento. Una página completa en el periódico Hoy denunciaba que el noticiario estaba en manos de los morados.
El empresario no ejecutó la petición-chantaje, pese a su conocida vinculación con un importante sector perredeísta en ese momento. Mas la presión no cedió. Acciones sucesivas sucedieron al palabreo del Malecón: fax amenazantes, daños a mí vehículo, fuerte campaña de descrédito en lo personal y profesional, llamadas chismosas a mi familia, incursión en la vida íntima, división del personal del departamento de noticias, boicot generalizado a la producción… De todo y en cualquier escenario donde me moviera.
Cuando aquellos desaguisados ocurrían uno tras otro y todo parecía venirse abajo, apareció Peña Gómez. Destacó la calidad, la profesionalidad y el crecimiento sin precedentes de Radio Mil Informando “bajo la actual dirección”. Hasta el mismo día de las elecciones, el 16 de mayo, esa grabación sonó sin cesar. Un balde de agua fría caía sobre una caldera pestilente, aunque no apaciguó del todo aquellos bajos pues aún hoy dejan rastros de su humedad venenosa.
¿Quién, siendo candidato presidencial con altas probabilidades de ganar, exhibiría ese gesto?
Cuando me necesitaron, todos los políticos en campaña visitaron mi oficina del edificio metropolitano, incluidos Leonel Fernández y Jaime David Fernández Mirabal, quienes ganarían luego los comicios. Pero, en el momento más difícil, hasta hoy… la gran mayoría optó por el silencio. Quizá no valía la pena.
La actitud de Peña Gómez me convenció de que era un político diferente, un paradigma para quienes crean que es imposible levantarse del fango de la pobreza y vencer las mezquindades de los intolerantes y prejuiciados.
Por eso pienso que con su muerte murió la esencia del PRD. Solo él tuvo el valor de soportar las inquinas internas que provocan miedo en los indecisos y en los llamados independientes, necesarios para ganar. Allí co-existen, como en todos sus frentes de masa, un montón de gente buena y una claque agresiva, desacreditadora y excluyente que, como mercenaria al fin, solo busca lo suyo. Y lo consigue aunque pierdan las elecciones. Dentro de ese sistema entrópico, él era la homeostasis (el equilibrio). Ni Juan Bosch pudo.
Han pasado 16 años (tres períodos de Leonel y uno de Hipólito). El tiempo vuela… y hasta hace de juez. Aquí estoy; soy el mismo: con mil defectos pero sin cargar el peso del chantaje a políticos y empresarios; ni de daños a la reputación de nadie (ni al pobre ni al rico) desde mi posición privilegiada de informador periodístico; ni de enriquecimiento con fondos y bienes públicos.
Eso sí, no puedo enrostrarle boato a la sociedad. Aunque me llamen pendejo indefenso, he aprendido que vale la pena soñar. Soy de aquellos que no se compran con dinero, sino con detalles, buen trato y gratitud. Quiero morir así. Y entretanto vivir con el fruto del trabajo.
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