El decreto 490 que acaba de disponer la creación de la Dirección de Comunicación (DICOM), evidencia la voluntad del Poder Ejecutivo de sistematizar el diálogo con sus públicos, hasta ahora autoritario, manipulador, disperso, accidentado y poco efectivo debido, entre otros factores importantes, al dominio de un modelo reduccionista.
De acuerdo con la disposición del recién posesionado presidente Danilo Medina, emitida este 21 de agosto, el organismo coordinará las políticas de comunicación y la función de portavoz del Gobierno, así como la integración de los gabinetes sectoriales del área en una sola estructura. Y da un plazo de 90 días para presentar un reglamento operativo, vía Ministerio de la Presidencia como instancia rectora.
Todo iba perfecto hasta que incluyeron la mediación de tal ministerio. Esa es una falla de origen grave que, de no rectificarse ahora, más temprano que tarde, presentaría credenciales funestos para la gestión de una buena imagen institucional.
Si bien la orden del Ejecutivo denota una excelente apuesta a unificar el discurso gubernamental, arrastra una incomprensión supina de las Ciencias de la Comunicación y su rol de primer orden en todos los procesos organizacionales y se la asume una vez más como recurso accesorio, en tanto amarra al recién nacido a las directrices de una institución que no solo carga excesivo trabajo sino que está lejos de la especialización en cuestión.
Es decir, en vez de acercarlo más al Despacho, hasta que a ambos les digan gemelos, lo distancia, colocándole un valladar inexplicable a la luz de la libertad de acción y la cercanía a la máxima autoridad que, según la ciencia, él debe gozar.
Expertos en la materia, como Joan Costa, lo han dejado claro: “El director de comunicación (DIRCOM) será reconocido en su rango directivo, y estará situado junto al máximo ejecutivo; presidente, consejero delegado o director general… La libertad acción debe ser comprendida y apoyada por sus superiores (ya que es rentable para la empresa) y por los demás niveles del organigrama, siendo parte del cometido del director de comunicación”, Imagen Corporativa en el siglo XXI, 243.
La figura del DIRCOM (con la R) es un neologismo y nació en Europa durante la segunda mitad de la década de los setenta por la necesidad de asumir la comunicación como una cultura incrustada de manera transversal en los procesos cada vez más complejos de la sociedad de hoy. Y por unificar los mensajes a partir del reconocimiento de que “las organizaciones son “centros emisores y receptores de señales, informaciones, mensajes, comunicación; que ésta se diversifica y se densifica constantemente; que sus técnicas se especializan y proliferan; que el tráfico comunicacional aumenta en volumen y tiende a la saturación y al desorden. En ese sistema de complejidad expansiva”, todas estas fuerzas en libertad son irrefrenables y es preciso detenerlas, imponer orden y coherencia entre ellas, controlarlas con eficacia” (Costa, 239). Así que deviene fatal el desvío del “tránsito” para que los DICOM que quieran visitar el despacho del Presidente, tengan que pasar primero por el Ministerio de la Presidencia para ser “depurados”.
Así que deviene fatal el desvío del “tránsito” para que los DICOM de Palacio que quieran visitar el despacho del Presidente para gestionar temas de su competencia, tengan que pasar primero por el Ministerio de la Presidencia para ser “depurados”.
Si se busca eficiencia y eficacia no debe haber barreras de ningún tipo, aunque de momento estas parezcan franqueables con facilidad en vista de los siempre hermosos amores entre funcionarios de un gobierno novel
Desde esa perspectiva, si algo necesita desde ahora el Gobierno es la creación de un Ministerio de la Comunicación (no un centro de dilapidación ni de apologías ni de pago de silencios o ruidos) que lo ayude a comunicarme mejor con el pueblo. Y esa no es tarea de solo bien intencionados y muchos menos de allegados cuya única herramienta para abordar los retos comunicacionales de este siglo sea la intuición y la viveza, como ha sucedido en muchas ocasiones.
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