Por el caso Marchena, había jurado no tomar jamás en mi boca los santos nombres del narco y otras prácticas del crimen organizado. Pero las circunstancias obligan.
En los 90 del siglo XX, un hombre cuarentón llegó por primera vez a mi pueblo, Pedernales, solo llamándose solemnemente doctor Moisés Marchena. Cuentan las malas lenguas que el forastero dadivoso llegó de retiro de EEUU “bañado en cuartos” tras muchos años de trabajar y trabajar, y que deseaba echar sus últimos años de vida en una comunidad empobrecida y lejana, pero tranquila y futurista, merecedora de sus “ensalmos”. Semanas después era más popular que el Papa Juan Pablo II.
Comenzó por comprarlo todo; hasta a la gente. Entre ofertas y chantajes a propietarios, camino a la playa local, adquirió edificios de apartamentos y casitas para damnificados a precios millonarios, y convirtió las viviendas de pobres en cabañas y hoteles para acomodados. La recia fortaleza de algunos propietarios impidió su pretensión: comprar a Miramar entero, que son proyectos habitacionales construidos por el gobierno de Balaguer.
Compró terrenos, regaló vehículos y dinero en efectivo, pensionó personas, colocó sistemas de cable a un montón de residencias, sin pedírselo… Y depredó manglares centenarios donde instaló un furgón-vivienda con refulgentes faroles cuyas miradas coqueteaban con el mar Caribe.
Gracias a su poder –dicen–, conquistó las muchachitas que quiso, para, a la vista de sus cortesanos, saciar sus emociones justo al lado de la piscina, bajo el techo de la noche.
Organizó actividades deportivas inusuales en la frontera; importó mozos y vinos de París; montó espectáculos artísticos e hizo reconocimientos a nativos y aduladores de la metrópoli –con entrega de certificados y todo–, cual si fuera una prestigiosa institución… Con su dinero creía que todo era doblegable. Y la realidad le daba razones, aunque en una ocasión se quedara con la oferta de cheque blanco, para poner monto, que había canalizado a un periodista a través de un emisario también periodista, ahora ferviente promotor de la moral y la transparencia.
Ante la impaciencia de algunos comunitarios decorosos, debido al curso que tomaba el pueblo, publiqué varios reportajes en el vespertino Ultima Hora (tabloide dominical de investigación dirigido por Aníbal de Castro).
No crean que cuando volví a la provincia fui recibido con fanfarrias ni nada parecido. Hasta los que antes me prodigaban amores, me trataron con un leproso: desde lejos, con ojeriza.
Hubo sin embargo alguna reacción de la autoridad nacional. Mas el Dios siguió allí hasta que quiso. O hasta que lo traicionó su propio envanecimiento y se le revirtieron los sobornos a autoridades, políticos, empresarios, medios, periodistas, líderes informales, padres, madres, chóferes, pescadores… a su corte de corifeos.
Desde los barrotes de las cárceles donde estuvo preso, vociferaba traicioneros a los indiferentes que se habían comprometido a protegerle a cambio de la buena vida.
Dicen que al doctor Marchena, su desafío le salió muy caro. Murió preso. Se alegó que la causa del deceso fue una úlcera sangrante. Comoquiera que sea, él fue solo uno, y con él no falleció la compleja estructura de la próspera industria global del crimen organizado; ni nadie ha tocado hoy con una pluma de gallina los oídos sensibles de los cómplices locales que le auparon.
La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Crimen Organizado (ONUDC) estima que el mercado global de esos productos mueve cada año cerca de 320,000 millones de dólares (Mdd). De ese total, 33,000 millones compiten en la economía europea y 37,000 en la estadounidense. Solo por cocaína circulan 84,000 Mdd.
Ana Arana, periodista estadounidense de servicio en México, acaba de impartir en el Centro Franklin un taller sobre cobertura periodística del crimen organizado. Y si algo bueno repitió hasta el final fue la urgencia de huir al sensacionalismo, disminuir los riesgos personales y no tratar el problema aislado del resto del mundo, en aras de historias contextualizadas que ayuden a la comprensión y la toma de conciencia en la población, salvo que se quiera caer en el estatus actual de México, donde las decenas de personas acribilladas o decapitadas a diario sepultaron ya la capacidad de asombro.
Recordó su artículo “Narco SA, una empresa global”, colgado el lunes 20 de julio de 2009, 6 de la tarde, en la sección Expansión del portal de CNN. El narco maneja 19,000 Mdd cada año en México, suma superior a los ingresos por remesas y turismo, según cálculos de los gobiernos mexicano y estadounidense. 500 millones de esos salen para pagar cuentas de: gatilleros, cosechadores de marihuana, cocineros (producen anfetaminas) y transportistas. Sin contar arquitectos, policías, contadores u otras personas que trabajan indirectamente para el negocio.
El narco emplea 25% más personas que McDonald´s en todo el mundo, puntualiza la especialista.
Por lo que veo, el gobierno del mundo es el crimen organizado. Y va para largo, hasta eternizarse como la más sangrienta de las tiranías.
¿Por qué no esperar esa mala noticia si los países poderosos no reparan en recursos para hacer guerras, tumbar gobiernos y matar tiranos; si pueden incluso desaparecer el globo con un solo clic; mientras dejan crecer la pobreza extrema como hierba mala son intermitentes en los ataques al narcotráfico y demás pilares del crimen organizado?
Permítame, distinguido lecto-autor, volver a mi silencio, pues no tengo peso ni estatura para esa liga. Hable usted por mí, si lo desea.
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