Urgidos estamos de encargar a una empresa internacional (que no sea fantasma) la construcción de la grúa más alta del mundo para guindar a los ladrones visibles e invisibles del erario, sin importar su categoría. Este momento de República Dominicana reclama ejemplos contundentes que aseguren un futuro menos tenebroso.
Quien roba los fondos públicos es el mayor de los criminales en tanto propulsor de empobrecimiento, mala educación, desempleo, insalubridad, violencia e inseguridad en las calles.
Nuestros expresidentes vivos (Leonel Fernández e Hipólito Mejía) y sus gabinetes, como manejadores del dinero de los contribuyentes, deberían comenzar entonces la jornada poniéndose a disposición de la justicia para ser investigados. Y si resultan culpables de turbiedades en sus gestiones, que paguen con la experiencia de morir con la lengua afuera, mecidos en las alturas.
Pero lo mismo debería ocurrir con los exfuncionarios vivos de los expresidentes muertos desde Trujillo hasta la fecha; y a los muertos, aún en sus cementerios, sancionarlos aunque sea con un reproche público.
E igual medicina habría que suministrar a empresarios que culebrean detrás del telón y son los más aprovechados con la repartidera del dulce pastel (véase concesiones de contratos onerosos, exenciones exorbitantes, sobrevaluaciones).
No albergo dudas sobre la pertinencia de éste u otro método en la actual coyuntura.
Más me llena de incertidumbre cómo en este país se manipula la lucha anticorrupción. Muy diferente a otros sitios donde el compadreo, el chantaje, la politiquería, el grupismo, el inmediatismo, la chercha y el figureo distan mucho de superponerse a la institucionalidad.
En esta tierra hermosa que “ojos humanos jamás habían visto”, relativizan la corrupción que nos ha golpeado durante décadas y, como consecuencia, la lucha contra ella. Pues, es común ver “palomas tirándole a las escopetas”; o sea, corruptos consagrados vociferándole a otros lo que ellos mismos tienen como defecto en el tuétano.
Hay tribunales mediáticos expertos que determinan, conforme sus intereses, quiénes son corruptos y quiénes no; hablan tanto y tan duro, que un segmento de la población les cree. Los peores malandrines no entran a sus cuentas como tales si son parte de los vínculos; sus hechos dolosos son glorificados y no faltan propuestas de santificación. Hay malhechores a quienes, sin embargo, meten de cabeza al insondable abismo del juicio público. Su pecado: no pertenecer al entorno de los jueces.
En mi cuarto de siglo de ejercicio periodístico, he visto a muchos políticos y sus familias acostarse pobres o indigentes y amanecer riquísimos, dizque con base en el trabajo. Y he visto a sus defensores colocarles sin rubor alguno en el pedestal de la honestidad. He visto empresarios crecer y crecer, no sobre la producción y la productividad de sus empresas, sino por la ancha manguera que han conectado a la inagotable teta del Estado.
Políticos y empresarios se descubrieron una vez, se enamoraron y se casaron. Hasta hoy. Detrás de ellos, toda una corte de corifeos y cheleros, integrada por periodistas y allegados a la profesión, ingenieros, médicos, contadores, economistas, mercadólogos, abogados… A veces eso da la impresión de que estamos perdidos, que nadie sirve.
No todo el que habita este territorio es, sin embargo, mañoso y amigo del tesoro nacional. Ni es serio todo el que grita, insulta y descalifica. Solo una parte de la población ha optado por vivir en el pus; otra no, otra se ha ido por el saludable camino del estoicismo, con la pesada carga del cultivo de la rectitud frente a una parte de la sociedad que, empero, se burla y la tilda de pendeja, idiota. Los bien intencionados abundan en todos los escenarios.
Así que la generalización y coloreo político de un problema estructural no pasa de ser un aliciente para agigantarlo y convertirlo en permanente. No hay que ser peledeísta, ni perredeísta, ni reformista ni comunista, para ser corrupto o serio. Solo hay que decidirse por una u otra opción desde cualquier escenario. Y punto. Quien por complicidad apuesta a confundir el árbol con el bosque es tan malhechor como el que más.
La doble moral carcome la zapata de la sociedad. Baste un ejemplo que se repite a diario con intensidad en el crucigrama de la política de estos días:
Un periodista prestigioso que se pasaba todo su tiempo de radio triturando al entonces Presidente Balaguer (Finales de los ochenta, comienzo de los noventa). Su letanía se resumía en: asesino, delincuente, corrupto, cínico, perverso, corruptor, anciano… Muchos escuchaban con fruición sus rabias radiofónicas.
Un día, según me contaron, gestionó un encuentro con el mandatario en su casa, la 25 de la avenida Máximo Gómez. El político sabichoso accedió. Aquel día, el visitante llegó tímido, sumiso, solemne… Y, cuando estuvo frente a quien odiaba hasta la sinrazón, esperó por la reacción…
El Presidente fue parco, conforme la fuente de la residencia. Con la cabeza hacia abajo, solo masculló: “Dígame…, en qué puedo servirle”.
De ahí, el periodista salió con un apartamento en un residencial edificado por el Gobierno, muy cerca de Palacio. Un privilegio para otro hipócrita.
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