Los regímenes políticos carentes de competencia electoral, aun cuando los gobiernos sean electos, pierden la capacidad de reciclarse, y la sociedad pierde la posibilidad de elegir. La situación se complica cuando un Gobierno ha deshecho la empresa privada y el Estado ha asumido las principales actividades económicas.
Hugo Chávez llegó al poder para llenar el vacío político que dejó el desplome de los dos partidos que habían estructurado la política venezolana después de 1959: ADECO y COPEY. Forjó un régimen político personalista, cuyo objetivo fue utilizar la inmensa renta petrolera para ofrecer programas sociales que generaran apoyos internos, y subsidiar países de la región con Petrocaribe en busca de endosos.
La fórmula dio resultados. Chávez se mantuvo en el poder con el apoyo de importantes segmentos de la sociedad venezolana, a pesar de haber estado concomitantemente desmembrando la economía privada para gestar nuevos grupos de poder desde el Estado.
La naturaleza no fue benigna y Chávez murió de cáncer relativamente joven. Los beneficiarios del chavismo, sobre todo en los círculos de poder, se plegaron a Nicolás Maduro, elegido por Chávez al dedazo como sucesor.
Maduro, sin la parafernalia carismática de Chávez y con precios del petróleo más bajos, ha enfrentado mayores dificultades para mantener el orden político y económico. La oposición ha crecido aún en medio de divisiones; las manifestaciones de repudio van y vienen, pero el deterioro económico las ha agudizado; y, además, se ha producido un éxodo masivo de venezolanos a distintos países.
Durante estos últimos 20 años, Estados Unidos ha apostado en algunos momentos a derrocar el chavismo, y en otros a darle tiempo hasta que caiga. En este momento parece más dispuesto a deshacerse del régimen.
Las protestas sociales no han sido suficientes para destituir a Maduro por una sencilla razón: no se ha producido una ruptura importante entre los grupos de poder chavistas, que temen perder demasiado si cae el régimen. Ojo: los regímenes políticos no caen solo por protestas; tiene que resquebrajarse la estructura de poder.
Juan Guaidó puede ser un personaje pasajero o no. Su destino dependerá de que se produzca una ruptura en los sectores de poder del chavismo, y específicamente, entre los militares. Si eso ocurre porque se vean sofocados por la presión internacional, entonces Guaidó (u otro) podría pasar de la nada al poder.
Se escucha mucho hablar de la necesidad del diálogo, de la no intervención, y de que los venezolanos resuelvan ellos mismos la situación. Lo primero es que el diálogo en situaciones como la de Venezuela es ilusorio. El Gobierno no dialogará honestamente con la oposición porque no está dispuesto a ceder poder. Hay que arrancárselo. Por otro lado, independientemente de la presión que pongan otros países, sectores internos tienen que hacer el trabajo, a menos que se produzca una intervención militar extranjera, lo cual es difícil.
Los venezolanos no pueden resolver la tensión y polarización política porque el chavismo no está dispuesto a ceder poder. Por lo tanto, decir que la solución es asunto de los venezolanos es sinónimo de apoyar al más fuerte: el Gobierno.
La soberanía (siempre relativa) es solo posible cuando los pueblos tienen mecanismos para debatir y decidir a partir de una competencia política interna con instituciones estables. En Venezuela no hay esa posibilidad. Hay un Gobierno que ha querido controlarlo todo, una oposición desperdigada que protesta, y amplios segmentos hastiados que si pueden emigran.
En esos contextos, aumenta la posibilidad de acciones imperiales de intromisión, de las cuales, América Latina tiene muchos malos recuerdos.
Artículo publicado en el periódico HOY