En este país es innegable que la cultura de inversión de valores y de “indelicadezas” en la política, se ha impuesto, tras la caída de Trujillo, pero ha sido muy tímida la actitud de los gobiernos que le han precedido para erradicarlas, por lo que ofrecerle a la gente ahora una revolución moral anticorrupción, basada en la honestidad y la decencia, es hoy casi imposible, por no decir quimérico.
En estos momentos, las personas honestas y decentes, en esta sociedad, son vistas como seres extraños y si son políticos, aún más. La generalidad de la gente no cree ya en esos valores, porque ven que algunos son capaces de hasta de vender su alma al diablo con el fin de obtener beneficios materiales. ¿Qué esperanza le queda a este pobre pueblo? Dios se apiade de nosotros.
La mayoría de los políticos serios, que son muy pocos, está consciente de esa realidad, al creer que lidian con personas que se valoran, pero se sorprenden cuando muchos, a última hora, les dan la espalda. A fin de cuentas el interés puede más que la vergüenza, y ahí están los resultados, el “transfuguismo” rampante que caracteriza nuestra política, de personas que cambian de partidos, ya sea por promesas de un cargo o por conveniencias económicas, simple y llanamente.
Sin embargo, en estos tiempos, los políticos que no toman en cuenta satisfacer la voracidad del populismo inconsciente, dando dinero, comprando conciencia, periodistas, cédulas, y haciendo otras bellaquerías, no van a ninguna parte. Los políticos serios y honestos, en esta “nueva cultura”, constituyen una especie en proceso de extinción, y algunos se mueven en los llamados movimientos y partidos alternativos que no van a ninguna parte, sino negocian alianzas.
Durante todo el tiempo que Joaquín Balaguer se mantuvo en el poder utilizó las dádivas, las contratas, repartición de las famosas funditas con alimentos, juguetes y facilidades de apartamentos, durante los procesos electorales en los que participó. Este “hábil maestro” de la política conocía al dedillo el manejo de la gente y satisfacía con sagacidad la voracidad implacable del populismo. Esta herencia le ha dejado Balaguer a nuestros políticos.
Lo mismo está ocurriendo ahora, el dinero corre a raudales como agua, y políticos y politiqueros se empeñan, a como de lugar, buscar lo suyo. Eso de beneficiar al país con obras de interés nacional como construcción de escuelas, carreteras, caminos vecinales, puentes, canales de riego, programas de viviendas, fuentes de trabajo, que es el deber de todo gobernante, lo usan los políticos como argumentos de campaña, pero su incumplimiento, como ocurre a menudo, desencanta a los potenciales votantes.
Las campañas electorales se constituyen en actividades lucrativas, como es normal, para activistas, medios de comunicación, vendedores de vehículos que se usan en los “caravaneos”, de combustibles, de alimentos y bebidas alcohólicas. También resulta gananciosas a personas que se dedican a la confección de banderolas, al alquiler de salones, preparación de pancartas y “discolays”, que son vehículos dotados con grandes sistemas de amplificación, para promover por las calles y avenidas las “bondades” de los candidatos de los distintos partidos políticos.
Lo más importante, en la política criolla, es ganar dinero y es increíble los recursos que aparecen en las campañas como si se obtuvieran por artes de magia. Hay recursos que son otorgados, legalmente, a los partidos reconocidos por el Estado, a través de la Junta Central Electoral (JCE), y otros que provienen de fuentes externas, algunas de las cuales, objetos de cuestionamientos. Se ha especulado y denunciado que, desde hace tiempo, que los políticos, especialmente de los partidos en los Gobiernos de turno, obtienen sus recursos, de una manera alegre, del Presupuesto Nacional, pero sin aportar nadie pruebas concretas.
El dinero, que se invierte no son “centavos”, sino millones de pesos, que alcanza, no solo para promocionar a los políticos, sino para comprar y conquistar militantes de otros partidos y movimientos, a fin de aumentar su padrón y simpatizantes, con el propósito de asegurar su triunfo en los comicios electorales.
Los políticos serios y honestos de este país, no tienen nada que buscar en esta crisis de valores en la política, y entender que la premisa de vergüenza contra dinero, no tiene hoy ningún sentido ni valor, lo que es lamentable, y hoy tenemos que aceptar tranquilamente nuestra triste realidad.
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