Vía contraria: El perfecto idiota periodístico (I)

Como pretendo hablar de periodismo en su estado puro, en tanto ciencia de la comunicación, excluyo de este ejercicio a las bocinas a sueldo, los advenedizos y los apóstoles del sicariato mediático. Esos no son periodistas, sino delincuentes comunes o asociación de malhechores impunes que se refugian en medios de comunicación.

La tecnología de la información se ha expandido en forma insospechada con recursos dinámicos y cambiantes que facilitan la obtención del dato, los antecedentes, el contraste y el cruce de versiones en minutos.

Un teléfono móvil inteligente en manos de un periodista equivale –con grandes ventajas comparativas- al archivo manual y físico que hace un par de décadas a mi me demandaba horas de búsquedas para armar una historia completa.

Producir una buena pieza implicaba destinar tiempo a la cobertura de la fuente, buscar las versiones de los directamente afectados o implicados en la información primaria y revisar antecedentes documentales. Esto suponía deplazamientos, visitas, llamadas telefónicas, citas

Hoy en día todas las fuentes de noticias andan al lado del periodista y quedan a un click de distancia. Basta con seguirlas en twitter, hacerse fans en Facebook, tenerla de contacto en Whatsaap o en Skype para entablar el diálogo en cualquier instante, con la posibilidad de reproducir voz e imagen para el caso de la radio y la televisión.

A pesar de que están ahí los poderosos motores de búsquedas de internet, hay un desprecio por el “background” y una inexplicable vocación por hacer sistemáticamente un periodismo idiotizante, para idiotas y desde el idiota.

Con todos estos recursos disponibles los lectores –y escribo desde esa perspectiva, como voraz consumidor de periódicos- no deberíamos ser ofendidos cada día con contenidos incompletos, desenfocados, sin equilibrio, lineales, unilaterales, urgentes y –con frecuencia- irresponsables y dañinos.

Generalmente estas malas prácticas, que amenazan la reputación y credibilidad del medio, no son expresiones de mala fe, sino de la ignorancia,  haraganería, falta de rigor y, por supuesto, ausencia de gerencia, de un agenda editorial planificada o displicencia de los mandos medios. Este fenómeno no es exclusivo del país. Cobra fuerza a nivel planetario. Tampoco desconoce las excepciones de profesionales, aunque unos pocos, que se empeñan por agregar valor a su ejercicio. Todos podemos hacerlo.