Si le sustraemos su cariz de frase cohete, la rendición de cuentas y la transparencia constituyen un escudo protector frente a los riesgos de crisis de reputación, un fenómeno que puede demoler hasta las riquezas tangibles.
En mi práctica de consejero de comunicación y, particularmente en los entrenamientos de portavoces que ofrezco, suelo decir a mis clientes que la información oportuna dirigida a los públicos de interés evita los “descubrimientos mediáticos” y los linchamientos públicos difíciles de subsanar.
El momento más propicio de las organizaciones y de la gente pública para construir una cartera reputacional, o abrir una suerte de cuenta de ahorro de buenas prácticas, es cuando los niveles de aceptación, las ventas o la fama están más altos. Es como fabricar un cómodo colchón para la caída.
No es una postura pesimista. La vida es una cadena de circunstancias y en ellas se verifican las altas y las bajas. Es parte de la misma naturaleza. Lo saben los hacedores de las políticas macroeconómicas inteligentes, que en los ciclos de crecimiento siempre “guardan pan para mayo” convencidos de que el declive vendrá en su momento.
Ahora que el Gobierno navega en un barril de miel -debido al alto nivel de aceptación popular y su victoria ante la Barrick- debe tener el cuidado de no empalagarse o de prestar oído sordo a las alarmas sociales que le señalan las cosas que no andan bien.
Me retumba en el oído la promesa de campaña de Danilo Medina, en el sentido de que tan sólo el rumor público, relativo prácticas corruptas, sería suficiente para la suspensión de funcionarios. Hay más que rumor en algunas instituciones estatales; el presidente lo sabe muy bien, pero los incumbentes siguen campantes e intocados.
Si el gobernante se regodea en su creciente indicador de favorabilidad y cree tolerable los comportamientos corruptos mínimos, podría estar auspiciando el inicio de un cáncer que, invasor y silente, se irá comiendo su popularidad.
