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Violencia importada

A la luz de esta innegable realidad, resulta contradictorio que la ley disponga que los menores de catorce años que cometan este tipo de acciones en vez de ser enviados a un centro de corrección conductual, sean entregados a sus padres, de cuyo ejemplo o desinterés en el mejor de los casos,  puede apostarse a seguro deriva su comportamiento violento.

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No puede resultar más penosa e impactante la noticia de la muerte de la menor Chanet Marit Tiburcio, de apenas 11 años, después de haber sido rudamente golpeada por una compañera de escuela, también menor de supuestamente solo 13 años, en el sector Los Girasoles en Santo Domingo Oeste.

Aun cuando la causa del deceso de la menor está pendiente del informe de confirmación de Patología, es de presumir que los repetidos golpes en la cabeza que según su vecina y más cercana amiguita recibió por parte de la agresora, mientras ella  angustiada decía “yo no quiero pelear”.  Tales fueron sus últimas palabras.

Más penosa aún la circunstancia de que mientras era víctima de la golpiza, los adultos que la contemplaban en vez de acudir en su socorro y detener la agresión, mostrando un increíble desinterés  y carencia de los más elementales sentimientos de humanidad se dedicaban a contemplar y  grabar el suceso en sus celulares.

(Cualquier parecido con quienes iban al Coliseo Romano a disfrutar del morboso y cruel espectáculo de los cristianos despedazados por los leones o los gladiadores matándose entre sí, no es una accidental coincidencia sino penosa repetición en el tiempo de una torcida y enfermiza naturaleza).

Esas peleas son frecuentes en el sistema escolar sobre todo el público, como lo es el acoso a que son sometidos no pocos alumnos, tanto varones como hembras, por parte de otros  de mayor corpulencia física y carácter  agresivo, y que con frecuencia lideran los grupos más revoltosos y apandillados que se forman en las aulas.

No es el primer caso de un enfrentamiento o agresión dentro el sistema escolar como muestra de la indisciplina que impera en algunos planteles, donde la autoridad de los profesores resulta en extremo mermada o se manifiesta de manera muy tímida.  Los ejemplos sobran.  Es una violencia que en no pocas ocasiones cobra mayor nivel de peligrosidad cuando se apela al uso de cuchillos y puñales, inclusive armas de fuego, alguna que otra vez con irremediables consecuencias fatales.

Ahora, bien…¿de dónde surge esa violencia? ¿acaso encuentra su raíz dentro del propio sistema escolar?  ¿se genera en las aulas, o estas son simplemente el campo donde se refleja y tiene lugar?

En una de sus recientes ediciones, el matutino “El Caribe”, recoge unas declaraciones de Yubelky Aquino, directora ejecutiva de Estancias Infantiles Salud Segura del IDSS, donde señala que en casi el 63 por ciento, la cifra exacta es 62.9, de los hogares dominicanos  impera el sistema de aplicar métodos disciplinarios violentos a niños y niñas, vulnerando sus derechos.  El dato corresponde a la Encuesta Nacional de Hogares de Propósitos Múltiples correspondiente al 2014.

Es más que lógico pensar, lo que sería pasible de confirmación por parte de sicólogos y siquiatras, especialistas en la materia, que este tipo de método de castigos, deja huella  imborrable y traumática en la mentalidad de quienes son  sometidos al mismo y van contribuyendo a conformarle una cultura y una conducta proclives a la violencia.  Tal pudiera ser la clave de la que después llevan no solo al aula, sino que habrán de manifestar  en su convivencia  social durante su vida adulta.

El comportamiento agresivo externado en el plantel escolar por parte de un número creciente de alumnos no tendría por tanto su origen en esta, sino en el seno  del conglomerado familiar.  Sería por consiguiente una violencia importada, nacida y formada en el hogar y llevada al aula.  Llegar a la raíz de la misma, supone por consiguiente la necesidad de  realizar un sostenido trabajo de reconversión en la mentalidad de los progenitores y tutores a fin de promover la necesaria transformación de un equivocado sistema  crianza basado en los castigos corporales y sicológicos por  una de crianza positiva.

En tanto esto no se logre, mientras la violencia intrafamiliar, y en particular hacia los menores, siga prevaleciendo en más de seis de cada diez familias dominicanas, estaremos forjando una sociedad cada vez más intolerante y agresiva, donde las diferencias y conflictos por insignificantes que resulten prescindirán del diálogo civilizado para apelar a métodos más expeditos, en muchas ocasiones con resultados fatales como en este penoso caso que priva de la vida a una menor y convierte a otra en homicida.

A la luz de esta innegable realidad, resulta contradictorio que la ley disponga que los menores de catorce años que cometan este tipo de acciones en vez de ser enviados a un centro de corrección conductual, sean entregados a sus padres, de cuyo ejemplo o desinterés en el mejor de los casos,  puede apostarse a seguro deriva su comportamiento violento.

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