Haití, cuya vida política y social ha sido históricamente tan accidentada, en perjuicio de su aún incipiente democracia y la tranquilidad de su pueblo, tiene el 24 de este mes una nueva oportunidad de sentar las bases para una estabilidad institucional.
Si ese proceso permite recomponer el escenario haitiano para facilitar la convivencia armónica y un ambiente de gobernabilidad entre sus diferentes fuerzas políticas, la vecina nación podrá encaminarse por mejores senderos.
El escepticismo y las dudas con respecto a lograr ese objetivo son crecientes, en vista de la situación de crispación política, que en realidad no es algo nuevo, sino un estado casi normal y permanente en la hermana república.
La comunidad internacional sigue muy de cerca el proceso electoral haitiano y lo que se espera de él, y en alguna medida ha contribuido a impulsarlo, aunque en el orden social las ayudas prometidas no han fluido en la medida esperada.
Para la República Dominicana la forma en que evolucionan los acontecimientos en Haití es particularmente importante, dado el hecho de que por muchas razones lo ocurre al otro lado de la frontera no es un evento internacional, sino virtualmente local y nada distante como con respecto a otras naciones del hemisferio.
La estabilidad social, política y económica es todavía una meta pendiente y por eso y otras muchas circunstancias de un lastre de décadas, el sufrido pueblo haitiano padece grandes penurias y un estado de permanente inseguridad ciudadana.
Es de esperar que no haya más aplazamientos por parte del Comité Electoral Provisional de Haití y que la segunda vuelta pueda celebrarse sin mayores traumas y sin intervenciones indebidas del gobierno para que sea una expresión auténtica del pueblo haitiano, que libremente debe escoger las autoridades de su preferencia.
Si como se ha denunciado, el presidente Michel Martelly sigue utilizando los hilos del poder político para maniobrar en favor de determinado candidato, lo que llevó la posición a afirmar que se había fraguado un fraude en su contra, la credibilidad del proceso podría quedar nuevamente cuestionada.
La República Dominicana sólo puede permanecer como espectadora, pero cuidándose de no limitarse a tener simple curiosidad, sino asumiendo una preocupación muy sentida y legítima, ya que lo que deparen estos comicios resultará decisivo en las relaciones económicas, de amistad y de cooperación con nuestros hermanos haitianos, en una siempre provechosa y deseada atmósfera de buenos vecinos.