Ante tantas iglesias y sectas enemigas de tantas humanas cosas, cualquiera revive el politeísmo griego, que era democrático, igualitario, justo y hasta divertido, con dioses para cada cosa (y sobre todo diosas, buenísimas todas, perseguidas por los faunos más querendones). Tenían dioses para el amor y la guerra, para locos y cuerdos, para la vida y la muerte y hasta para los borrachos, y le daban a cada quien según lo que quisiera, y de cada quien según lo que pudiera (y Zeus ahí, ejerciendo su máximo liderazgo, siempre en base a los reglamentos del Olimpo).