La histórica determinación de la manera de muerte del poderoso banquero Héctor Méndez, realizada en 1985 por los patólogos forenses Sergio Sarita Valdez y Yamil Salomón y el patólogo Iván Brugal, debió cambiar también la manera de tratar la información periodística en muchos de nuestros medios. Concluyeron que el empresario había sido secuestrado y asesinado. Sin dudas.
Hasta la investigación de los comisionados por la Asociación Médica Dominicana (hoy CMD), los fallecimientos sospechosos de personas se diluían en un mar de especulaciones mediáticas morbosas, casi siempre muy distantes de las causas reales, lo cual alimentaba la desinformación y dañaba la imagen de personas.
Desde aquel día, como reportero del diario El Siglo asignado a la fuente de salud, aprendí que “los muertos hablan” y que ningún cadáver debía ser llevado al cementerio sin la autopsia correspondiente que determine científicamente la razón del deceso. Mucho menos que el periodista adelante juicios de valor a partir de opiniones de otros no verificadas.
Y lo aprendí en mis contactos cotidianos con Sarita Valdez, quien, además de docente médico forense, ha sido un apasionado de los medios de comunicación. Él me proveyó de textos que narraban historias de expiraciones enigmáticas cuya causas nadie imaginó.
Desde entonces, en periodismo suelo dudar más de lo aconsejable en la profesión para darme el chance de hurgar la parte invisible de cualquier hecho, sobre todo los relacionados con pérdidas de vidas humanas. Claro, esa actitud requiere desentenderse de esa pasión desmedida por el “palo noticioso” y la manipulación de relatos que ayuden construir titulares de primeras páginas o de noticiarios que emborrachen a los perceptores.
Y porque dudo siempre, descreí de entrada en que fuera pasional el crimen en contra de la fiscal adjunto de Santo Domingo, Gisselle Odaliza Reyes, en octubre de 2010; como me negué a pensar de sopetón en que a Jessenia Rivera, tiroteada y quemada dentro de un carro de lujo, fuera víctima de los celos irracionales de su ex marido; o que el fiscal de La Romana fuera tan bruto que mandara a raptar y asesinar a tiros al controvertido periodista José Silvestre; o que tres profesores se combinaran para triturar por rebatiñas políticas a una profesora de una escuelita del suroeste, hechos ocurridos en las últimas horas…
A 26 años de aquel hito de la medicina dominicana, con Policía Científica y todo, aquí sufrimos una epidemia de muertes sospechosas que se resuelven con las primeras evidencias halladas en los escenarios de los hechos; hechos que, a la vez, son etiquetados como “crimen pasional” y “ajuste de cuentas” por “tumbe de drogas”, como si fueran las únicas razones para matar. Y como si fuera poco, en el acto, personas detenidas para investigación de los casos son sentenciadas moralmente sin reversa al ser expuestas a los públicos.
Hay sin embargo infinitas formas de matar. E interminables trucos para aparentar causas diferentes a las ejecutadas. Y la delincuencia organizada las conoce y las práctica muy bien. Nadie debería ser sepultado entonces sin que se precise la causa de la defunción. Ni la honra de ciudadanos debería ponerse en juego mientras no haya conclusiones científicas.
Cuando las autoridades fallan por falta de institucionalidad o por falta de recursos, y los medios se matrimonian con el apresuramiento que reclaman el morbo y el negocio en desmedro del compromiso sagrado de informar, se convierten en aliados fundamentales de los bandidos y de la promoción del crimen.
Si los “muertos hablan y nos quieren ayudar”, ¿por qué no “conversan” con ellos?