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“Yo no temo a Morir”

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Un saldo cordial a todos mis queridos lectores, esperando que se encuentren bien con el favor de Dios.

Quiero hablarle de algo de lo que nadie quiere hablar, y no es porque tengamos miedo a ella, sino a lo que tememos es a todo lo que tenemos que dejar, y es la muerte. Miren nadie tiene miedo a la muerte. Si Ustedes le preguntan a diferentes personas si tienen miedo a la muerte le dicen que no, pero agregan: Yo compre una casa nueva y quiero disfrutarla. Yo tengo a mis hijos jóvenes y los quiere ver graduados. Yo compre un auto nuevo y quiero disfrutarlo. Y así infinidad de respuestas como estas. Entonces yo he sacado la conclusión que nadie tiene miedo a la muerte, sino a todo lo que tenemos que dejar, a ese lastre que se nos va pegando a lo largo de la vida. Claro que todo es necesario, pero nada es imprescindible.

Yo fui capellán del Cementerio católico en la Arquidiócesis de Miami por 12 años, me asomaba por la ventana de mi oficina y miraba hacia el Campo Santo donde habían muchas tumbas y pensaba: Aquel que esta allí si no abría la oficina nadie podía entrar a trabajar. El otro si no firmaba los cheques nadie cobraba el Viernes. El otro hacia el mercado en su casa, y si no lo hacia el nadie comía. El otro era el sostén de su casa y si el no trabajaba no se pagaban las cuentas, porque su esposa no trabajaba. Resulta que todos murieron, la oficina seguía funcionando. Los cheques se siguieron firmando los Viernes y todos cobraban. Se seguía haciendo el mercado en su casa, y todos comían. Y su esposa se caso con otro y comenzó a trabajar a la par con el otro para mantener su casa.

Quiero leerles algo que llego a mis manos y que lleva por titulo: La Silla, y dice así: La hija de un hombre le pidió al sacerdote que fuera a su casa a hacer una oración  por su padre, que estaba muy enfermo. Cuando el sacerdote llegó a la habitación del enfermo, encontró a este hombre en su cama con la cabeza alzada por un par de almohadas. Había una silla al lado de su cama, por lo que el sacerdote pensó que el hombre sabía que vendría a verlo. Supongo que me estaba esperando, le dijo. No, ¿Quién es Usted?, dijo el hombre. Soy el sacerdote que su hija llamó para que orase por Usted; cuando vi la silla vacía al lado de su cama supuse que Usted sabía que yo vendría a visitarlo. Ah si, la silla, dijo el hombre enfermo, ¿Le importa cerrar la puerta? El sacerdote, sorprendido, la cerró. Nunca le he dicho esto a nadie, pero toda mi vida la he pasado sin saber cómo orar. Cuando he estado en la Iglesia he escuchado siempre el respecto de la oración, que se debe orar y los beneficios que trae. Pero siempre esto de las oraciones me entró por un oído y me salió por el otro, pues no idea de cómo hacerlo. Entonces hace mucho tiempo abandone por completo la oración. Esto ha sido así en mí hasta hace unos cuantos años, cuando conversando con mi mejor amigo me dijo: José, esto de la oración es simplemente una conversación con Jesús. Así que te sugiero que lo hagas: Te sientas en una silla y colocas otra silla vacía enfrente de ti, luego con fe miras a Jesús sentado delante de ti. No es algo alocado el hacerlo pues El nos dijo: Yo estaré siempre con vosotros. Por lo tanto, le hablas y lo escuchas, de la misma manera como lo estas haciendo conmigo ahora. Es así que lo hice una vez y me gustó tanto que lo he seguido haciendo unas dos horas diarias desde entonces. Siempre tengo mucho cuidado que no me vaya a ver mi hija, pues me internaría de inmediato en el manícomió. El sacerdote sintió una gran emoción al escuchar esto y le dijo a José que era muy bueno lo que había estado haciendo, y que no dejara de hacerlo. Luego hizo una oración con él, le extendió una bendición y se fue a su parroquia. Dos días después, la hija de José llamo al sacerdote para decirle que su padre había fallecido. El sacerdote le preguntó. ¿Falleció en paz? Si cuando saló de la casa a eso de las dos de la tarde me llamó y fui a verlo a su cama, me dijo lo mucho que me quería y me dio un beso. Cuando regresé de hacer compras una hora más tarde ya lo encontré muerto.

Pero hay algo extraño respecto a su muerte, pues aparentemente, justo antes de morir, se acercó a la silla que estaba al lado de su cama y recostó su cabeza en ella, pues así lo encontré.

¿Qué cree Usted que pueda significar esto? El sacerdote se secó las lágrimas de emoción y respondió: Ojala que todos nos pudiésemos ir de esa manera.

Mis queridos amigos, a la muerte no le tenemos que temer, porque el Señor nos está esperando con los brazos abiertos. De ella hay que hablar como hablamos de comer o de dormir. Yo se que un día partiré de este mundo, no se que voy a comer mañana, ahora si estoy seguro que un día moriré.

Termino con Versículo del Profeta Ezequiel 32, del Capitulo 18 que dice: Porque yo no me complazco en la muerte de nadie, dice el Señor, sino en que se convierte y viva.

Hasta la próxima y muchas bendiciones para todos.

 

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