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¿Para qué sirvió la muerte de Silvestre?

Imagen sin descripción

Tony Pérez.

Ningún aporte mayor a los objetivos y metas del crimen organizado ni más grande atropello a la dignidad de los seres humanos que el espectáculo morboso de una foto o un vídeo que representa al cadáver de un hombre fortachón y controversial, tirado en un basural a la orilla de una carretera del Este, semidesnudo, boca arriba y con los brazos abiertos, vencido, como pidiendo piedad al mosquerío que le absorbe sin cesar la sangre de las tres heridas de balas.

Para los fines de la mafia quizá era más importante esa escena y su martillar mediático que la muerte en sí del periodista José Silvestre, ocurrida el martes 2 de agosto en la mañana tras ser raptado por tres gatilleros. Porque, al final, importa más el mensaje contundente sobre el riesgo que correrían otros desafiantes del poder…

Y el cuadro terrorífico en cuestión ha sido vendido sin descanso a los públicos consumidores de medios de comunicación a la medida de los agresores.

“La violencia no puede convertirse en un espectáculo para satisfacer la curiosidad y el morbo del público.  En ese sentido, la publicación de imágenes macabras de muertos, heridos y actos violentos destinados solamente al aumento de las ventas, pervierte la profesión y degrada a los receptores de la información… Por tanto, la publicación de informaciones sobre la violencia no puede estar inspirada en el afán de hacer negocio… La información no es, pues, respuesta para curiosos y morbosos…”, ha escrito el maestro Javier Darío Restrepo, de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano ideada por el Nobel de Literatura Gabriel García Márquez.

La información como servicio público debería servir para la comprensión de los hechos  –puntualiza–,  denunciando la “indignidad del ideal del dinero fácil; destacando la necesidad de recuperar la dignidad humana que la violencia destruye; provocando el rechazo del público al poder ostentoso que resulta del dinero mal habido y de la presión de las armas”.

No solo eso. El asesinato vulgar de Silvestre debería provocar  una reflexión temprana sobre formas más profesionales y con menos protagonismo de tratar la información periodística sobre la violencia del crimen organizado (narcotráfico, corrupción, evasiones, tráfico de personas).

Tanta complejidad no se resolverá con bullas mediáticas que insensibilizan a los perceptores; ni individualismos, ni acusaciones personales, ni miopías, ni denunciología… Una mirada en derredor lo confirma: el mundo gira a voluntad de las drogas y otras mafias.

Se trata de una empresa transnacional económicamente más poderosa que muchos Estados y con niveles de complicidad e impunidad tan intrincados que incluyen poderes públicos, empresarios, políticos, medios y toda suerte de reclutados que le sirven de soporte.

No hay indicios de pare en esta industria del mal. En Estados Unidos consumen una media anual de 260 toneladas métricas de cocaína a un costo de 24 mil millones de dólares, según plantea en un ensayo el investigador y coordinador del Departamento de Economía y Negocios de la Universidad de Anáhuac, Abraham Hernández Arellano. Alguien debe suplir esa demanda.

 

Los planes Colombia y Mérida (México) no han dado “pie con bola”. La guerra plena contra el narcotráfico, por ejemplo, solo ha servido para bañar de sangre a estos países de norte y Sudamérica. Han sido decapitados, acribillados, torturados y desaparecidos decenas de: periodistas, embarazadas, jóvenes, niños, ancianos… Es así aunque resulte más gracioso celebrar tales ataques. Violencia contra violencia no pare cosas buenas si no se viaja al fondo.

Aquí la tragedia no presenta aún esas características. Pero hay señales ominosas a las puertas.

Ahora que mataron a José Silvestre es oportuno inaugurar nuevas formas para tratar los contenidos periodísticos y los Estados presentar propuestas integrales más realistas que apuesten a aminorar por lo menos ese mal de fondo que crece como verdolaga en tierras ubérrimas.

 

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