Como católico bautizado y confirmado, tras conocer los sacramentos espero que cuando me llegue el minuto del tránsito todavía esté dentro de quienes merecen los últimos ritos. Mis convicciones religiosas son mucho más débiles que mi vacilante fe, que siempre es motivo de querella mía con Dios porque debió dármela más vigorosa, con tanta omnipotencia, en vez de inocularme con esta periquitosa e incesante duda.
Al ver que los obispos gringos amenazan a Biden con prohibirle comulgar, lo de los mitrados criollos debatiendo el aborto o advirtiendo contra el yoga es una pendejaíta.
Montoya, siempre atento, me escribió: “Estos curas… cada día más alienados. El cristianismo, que supone amor, inclusión y tolerancia, se transmuta en catolicismo o protestantismo, dogmáticos, excluyentes e intolerantes. De seguir así dentro de pocas generaciones muchas grandes religiones serán sectas, como al inicio, y todos seremos agnósticos gracias a curas y pastores”.
No sé, pero a veces añoro aquella cálida y dulce certeza de la niñez, hasta que recuerdo que incluía a Santa Claus. Ahorita me excomulgan…