Mis hijos me relajan porque digo que no creo en brujas, pero ¡de que vuelan, vuelan! Este día quizás no conviene hablar del azare de algunos políticos ni de la buena o mala suerte de otros.
Debo confesar que tampoco creo que gatos prietos que me crucen por delante son algún ominoso signo de que algo malo ocurrirá. Empero, con felina rareza me sube un escalofrío por el espinazo si avisto un prieto descendiente del Mau egipcio. También hay cisnes negros. El árabe Nassim Taleb demostró cómo, ante sucesos absolutamente sorpresivos y dizque improbables, retrospectivamente surgen teorías explicando que eran predecibles o esperados… ¿Y qué del inefable almirante genovés? Quizás nombrarlo sea inocuo, pero ¿para qué tentar al destino? Es increíble que tener palomas o conchas marinas aleje la prosperidad; pero conozco personas cuya suerte mejoró atendiendo esa insensatez.
Tampoco quiero creer, este martes 13, que el vudú pueda azarar a todo un pueblo, pero si uno mira hacia el Oeste… ¡Ufff! Mejor creer sólo en Dios (¡aunque en la DGII también!).
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