Redacción.- El acoso sexual puede llegar hasta a los lugares de trabajo y convertir la permanencia de un empleado en la empresa como un verdadero infierno. Tal es el caso de Marie, una joven de 24 años, que se desempeñaba confeccionando variedad de marcas estadounidenses conocidas en una fábrica de ropa en la capital haitiana, Port-au-Prince.
Narra que llevaba menos de un mes en su trabajo en dicha empresa, cuando el jefe de seguridad de la fábrica le dio un ultimátum tener sexo con él o ser despedida.
La joven dijo que no tenía otra opción. Ella depende de su trabajo para mantener a su hijo de cuatro años después de que tanto su padre como su esposo murieran.
“Hizo muchas promesas. Me dijo que me iba a ayudar económicamente con la escuela de mi hijo y también me iba a ayudar a pagar la renta con una promoción, así que lo hice”, cuenta. “Después se lo contó a otros agentes de seguridad y cada vez que venía a la fábrica me sentía humillada y menospreciada. Nunca obtuve un aumento de salario y nunca obtuve ningún apoyo financiero”.
El jefe de seguridad no fue el único hombre en la fábrica que notó a Marie. En marzo, su supervisor de línea comenzó a acosarla sexualmente, diciéndole que se masturbaba cuando pensaba en ella en casa. Se sintió impotente para denunciarlo, sabiendo lo que les sucedió a otras mujeres que se quejaron. Entonces, para mantener su trabajo, se mantuvo en silencio. Pero su comportamiento empeoró.
“Me dijo que si no accedía a tener sexo con él, me sacaría de la línea donde ensamblamos la ropa”, dice ella.
Ella se negó y, en represalia, cada vez que iba al baño encontraba montones de ropa añadida a su estación de trabajo, lo que le imposibilitaba completar su trabajo del día. Después de semanas de acoso, finalmente estalló cuando él comenzó a tocarla de manera inapropiada.
“Le dije que me dejara en paz, y por eso me suspendieron tres días”, dice. “Incluso ahora, me está acosando. Todavía quiere tener sexo”.
Sin embargo, Marie dice que lo que le está pasando es una práctica estándar en su fábrica y que otras mujeres también tienen miedo de hablar, temen lo que pueda pasar después de contar su historia.
En los últimos años, Haití, el país más pobre del hemisferio occidental, se ha promocionado a sí mismo como un destino barato y disponible para las marcas de ropa de EE.UU.
Unos 60.000 haitianos trabajan en una de las 41 fábricas de ropa del país y producen ropa para más de 60 empresas estadounidenses.
Sin embargo, los activistas dicen que las condiciones en las fábricas son similares a las de los campos de prisioneros, sin derechos laborales y donde abundan los abusos sexuales.
“Los trabajadores no son considerados humanos o necesitados de derechos”, dice Yannick Etienne, de la organización de derechos de los trabajadores Batay Ouvriye. “El salario es tan bajo que pone a las mujeres en situaciones en las que tienen que aceptar sexo [forzado] para poder pagar el alquiler”.
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