“Nosotros los europeos vivimos ‘sous l’oeil des Russes’”. Ese es el enigmático inicio de la charla La era de las neutralizaciones y de las despolitizaciones, que ofreciera Carl Schmitt en 1929 en Barcelona y que publicara en 1932 al reeditar su famosa obra el concepto de lo político, añadiendo casi enseguida que los rusos “poseen suficiente vitalidad como para apoderarse de nuestros conocimientos y de nuestra técnica y usarlos como armas” y puntualizando:
“Los rusos se tomaron el siglo XIX europeo al pie de la letra, reconocieron lo que constituía su núcleo mismo y extrajeron de sus premisas culturales las últimas consecuencias. Siempre se vive bajo la mirada del hermano más radical, el que le obliga a uno a llegar hasta las últimas consecuencias prácticas”.
Aquí Schmitt es claramente tributario de su admirado Donoso Cortés, quien, como bien señala Gerardo Muñoz, “comienza a percibir la debilidad europea ante la confrontación imperial de Rusia y Estados Unidos”, siendo “una especie de doble agente”, que, en palabras de Schmitt, era mitad “profeta escatológico y metódico diplomático profesional”. Como afirma Miguel Saralegui, “a través de la revolución, un espacio geográfico (Rusia) amenaza a otro (Europa) y un espacio geográfico (Rusia) da el verdadero contenido ideológico a la revolución. Rusia hace que la revolución de octubre sea anarquista”.
Pero Donoso Cortés, en lo que respecta a Rusia y todo su pensamiento, “fue el pensador político español del siglo XIX que más influencia recibió del saboyano [Joseph] De Maistre”. Maistre, quien, según afirma Isaiah Berlin, en su magnífico librito Joseph de Maistre y los orígenes del fascismo, “pasó en San Petersburgo los mejores años de su vida”, respecto a Rusia señalaba: “Qué delirio inexplicable cuando una gran nación llega a un punto en el que cree que puede oponerse a una ley del universo”. Paradójicamente, Maistre fue clave para que Rusia se convirtiera en el siglo XIX en un “centro desde el que irradiaban las ideas antirrevolucionarias” (Arkady Minakov) que hoy reivindica Putin.
Pero antes que Maistre, Tocqueville advirtió en 1835 en su obra De la democracia en América que había en ese momento dos grandes pueblos, el ruso y el estadounidense, que, aunque habían partido de puntos diferentes, progresaban más rápido que cualquier otro país “hacia el mismo objetivo” de expansión mundial.
Mientras que el progreso de los Estados Unidos se basaba en la libertad, en el “interés personal” y en “la fuerza y la razón de los individuos”, la expansión de Rusia estaba fundada en la concentración del poder en manos de un solo hombre y la servidumbre de todos. “Su punto de partida -afirma Tocqueville- es diferente, sus caminos son diversos; sin embargo, ambos parecen llamados por un designio secreto de la Providencia a tener un día en sus manos el destino de la mitad del mundo”.
Todo lo anterior -salvo Schmitt- fue dicho mucho antes de la Revolución rusa, la Guerra Fría y la invasión que hoy sufre y combate valientemente Ucrania. Y es que no se trata de Oriente contra Occidente. La Rusia del reaccionario Putin representa un Occidente fundado en “la teología, la tradición y la autoridad”, como postulaban los muy occidentales Maistre, Donoso Cortes y Schmitt, y que se contrapone al “Occidente cosmopolita, liberal e iluminista” (Adrian Rocha).
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