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El tigueraje político y los empresarios

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El país ha vivido en las últimas dos décadas un proceso de emancipación económica de políticos, que ahora se consolida con la participación activa de éstos en actividades empresariales con enormes ventajas comparativas.

Es una suerte de juego perverso que se basa en contar con el favor irrenunciable del árbitro y, al propio tiempo, tener siempre en las manos el dominio de la pelota.

Si a un político corporativista en el poder se le antoja un negocio, resulta mejor admitirlo como socio en los proyectos en marcha, pues de lo contrario se las arregla para entrar al mercado, arrodillar a la competencia y eliminarla si es necesario.

Un joven dirigente empresarial, dinámico e inteligente, me telefoneó la semana pasada para comentar mi columna titulada “Mi oligarca preferido.”  Y decía con sobrada razón: “Aquí los oligarcas ya no son empresarios; son los políticos”.

En lo que constituye un paralelismo nefasto, el liderazgo empresarial se torna difuso, baja el perfil y prefiere acomodarse a los designios de los políticos o someterse a un avasallamiento masoquista.

Una concepción anodina y bobalicona, al parecer fundada en la idea de salvar el negocio aunque se hunda la isla, ha traido consigo un conservadurismo sin precedentes en el sector privado, de la mano de un relevo generacional que involuciona en términos de principios.

En ese contexto el discurso de la cúpula empresarial –salvo honrosas excepciones individuales- es desde los gremios opaco, timorato y evasivo. Huye del abordaje de tópicos estructurales espinosos, no auspicial el dabate y se centra en nimiedades coyunturales.

Pero su praxis es peor: En lugar de ser contrapeso no oculta su disposición a entrar en cohecho, callar ante las violaciones a las leyes y a la institucionalidad, que son el pan nuestro de cada día, por miedo a perder oportunidades de negocio o a represalias desde los cacicazgos tributarios, sobre los cuales abundan las más variadas historias.

De alguna manera, el tigueraje político es estimulado por una generación de empresarios que no puede ver el éxito más allá del lucro. Nos afectan una degradación política y una anomia empresarial.

 

 

 

 

 

 

 

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