Es alarmante cómo nos estamos acostumbrando a los hechos de violencia sin el más mínimo sonrojo o vergüenza. Parece ser que las noticias aparecidas en las páginas de diarios e imágenes en la televisión, acaecidas en nuestro país fuese algo normal de siempre. Todo continúa igual, sin el menor atisbo de cambio. Nada nos asusta ni nos remueve por dentro.
Peligrosamente, nos acercamos a un grado tal de indiferencia frente a las agresiones de la cotidianidad, donde todo vale, mientras podamos defendernos, a sabiendas de que, somos un país donde el rey es la impunidad en todos los ámbitos y opera una justicia de risa y mofa en el que el hedor del entorno está podrido.
En ese sentido, los hechos que presenciamos de “ajustes de cuenta”, tiroteos entre bandas y policías, que siempre resulta un inocente muerto por una bala perdida, peleas barriales, atracos de noche y de día, violencia callejera, robos, pleitos y asesinatos entre narcos, violaciones, sicarios por encargo y un lamentable etcétera. Sucesos que son publicados y difundidos para más tarde ser olvidados por los medios y los ciudadanos. Un suceso se cubre con otro suceso de peor calibre. Sumado a esto, la violencia y agresión contra la mujer está alcanzando cotas inverosímiles, y los culpables, ¿dónde están? ¿Qué estamos haciendo como país para proteger a las mujeres indefensas?
Dentro de toda esta locura, se encuentra también la violencia y el declive moral que es el espejo de los jóvenes del país. Basta con ver la actitud de nuestros políticos, su forma, lenguaje y manejo de dicha “profesión”, en el vale todo, hacer lo que haya que hacer con tal de escalar peldaños, llenarte los bolsillos y gritar a boca llena “que luchas contra la pobreza” mientras ondeas la bandera de la corrupción. Sólo hace falta ver también, el circo – juicio, montado a los cómplices del caso Agosto. Un pulso y ejemplo dentro de nuestra sociedad. Jóvenes de familia, con y sin apellido, vendieron al mejor postor su persona, con el único fin de alcanzar la gloria material. Una gloria efímera como todo lo fácil. Analicemos también, el papel de los medios de comunicación, el papel importante que juega la televisión, ¿Cuál es el mensaje que se vende en programas de corte denigrante a la mujer?
Una degradación palpable desde hace mucho tiempo, en que la educación familiar juega un papel de primer orden. Es necesario educar adaptándonos a los tiempos que vivimos. Las autoridades, también, tienen su rol protagonista de cara a la sociedad y en dar el buen ejemplo en sus ejecuciones, algo de lo que adolecen. Pero, ¿qué no está pasando como sociedad? ¿Hasta dónde vamos permitir que nos arrope por completo esta violencia generalizada?, ¿es en este ambiente en el que deseamos criar a nuestros hijos?
Es necesario que reaccionemos ante la barbarie en la que estamos viviendo. El gobierno y el sistema tienen crear más oportunidades laborales, de educación e inserción en nuestros jóvenes, a pesar de la crisis actual. Educar en todos los ámbitos. La autoridades del orden y la justicia deben sanearse interna y externamente, ser más competentes y resolutivas, invertir en ejecutar una campaña de confianza de cara a la ciudadanía en base a hechos palpables, y estar bien pagados. Despertemos de este letargo al que no está acostumbrando esta fatídica violencia rampante.
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