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Lamerse las heridas….

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Contrario a la cantaleta habitual según la cual hay un coro de áulicos que ensalza y da “cobas” al Presidente y algunos ministros suyos, me parece que así como los críticos y adversarios del gobierno aducen poseer su criterio sin desmedro de su honestidad, muchos que hemos defendido a Leonel Fernández quizás merecemos un poquito del respeto que los contrarios pretenden monopolizar.

Es un tópico, cuya repetición ya aburre, argüir que los únicos periodistas que defienden a, o simpatizan con, el gobierno, son asalariados, “bocinas” pagadas o como también les han dicho, “vuvucelas”, recordando las cornetas africanas puestas en boga durante el último mundial del fútbol.

Está ocurriendo entre periodistas algo parecido al chisme eterno entre escritores e intelectuales conservadores o liberales. Si Borges opinaba cualquier cosa que oliera a derecha entonces recibía toneladas de tinta descalificadora, porque pecaba al expresar su parecer. Pero cuando Neruda fue embajador, o Malraux terminó como ministro de De Gaulle, o el curita de Solentiname fue funcionario sandinista, ello sí estaba bien.

Así, muchos de los críticos y adversarios de Fernández, que a mi juicio le hacen un tremendo favor a la democracia al ejercer su derecho de opinar como quieran, incluyen en sus filípicas un “caveatemptor” reiterativo: quien ose contradecirles no es más que un vocero pagado del gobierno.

Sería de locos concebir una democracia sin periodistas que critiquen, vigilen, cuiden y descubran lo mal hecho. Es más, pobre de la sociedad dominicana si careciera de Alicia Ortega y Nuria Piera, de Sara Pérez y Margarita Cordero, de Miguel Guerrero y Juan Bolívar Díaz, y tantos otros excelentes periodistas que prestigian a la profesión.

“Lambones” o lambiscones, sin ofender a los lamedores según recientemente comentaba Sara Pérez, los hay, ha habido y habrá siempre, y no sólo en Santo Domingo, pues esa especie ocurre en todo el mundo. Pero hay un trecho grande entre esa gente, y otros de parecida calaña cuyo oficio es el chantaje escrito o radiofónico, y muchos que tienen el derecho a estar genuinamente convencidos de las virtudes de Leonel Fernández, que por tenerlas no es perfecto ni carente de defectos como todo humano.

Quizás lo que me mueve a esta meditación es que la excelencia en el periodismo, y en cualquier actividad que requiera mínimamente de honestidad intelectual, requerirá siempre ofrecer a aquel de quien se disiente el respeto indispensable para dialogar civilizadamente.

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