A jugar por la cantidad de personas que son detenidas por violar el toque de queda y también por la forma en que muchos ignoran la vital e indispensable medida del distanciamiento social, parece que la gente ha tomado un tanto a la ligera esto del coronavirus y la seria amenaza que representa para la salud y la vida en el país y a nivel mundial.
Mientras no se comprenda la gravedad que enfrentamos y todos colaboren de forma consciente y voluntaria, más allá incluso de las disposiciones obligatorias de las autoridades, será complicado y bastante difícil poder ir venciendo este monstruo invisible pero devastador del Covid-19.
En medio del desafío y la amenaza que representa esta pandemia del coronavirus, aun sin una vacuna efectiva para prevenirla y medicamentos probados para combatirla, la humanidad está sumida en el pánico y el desconcierto, sobre todo ahora que especialistas que siguen de cerca el fenómeno vaticinan que podrá controlarse, pero no erradicarse del todo.
En otras palabras, que desde ya tenemos que saber que habrá coronavirus por mucho tiempo y quizás de por vida, por lo que solo la disciplina personal y colectiva, producto de madurez y comprensión emocional, podremos lidiar con semejante amenaza a la existencia humana en su sentido más vasto y complejo.
Sin embargo, aún en medio de este preocupante drama mundial, que por su inmensa dimensión ha puesto un rasero a todas las naciones, ricas y pobres igualmente impactadas porque este virus no hace distinción de clases sociales, hay que alentar el espíritu y la capacidad que en diferentes épocas y períodos históricos han ayudado a pueblos y naciones a sobreponerse a grandes penurias como las pestes y las pandemias.
El Covid-19, un virus mutado y altamente letal tan minúsculo que apenas puede ser observado a través de un sensible y sofisticado microscopio electrónico, ha puesto en jaque a todo el planeta y en este momento es una potencial amenaza por encima de las guerras, el armamentismo y la proliferación de armas de extinción masiva como la atómica, los gases letales y las sustancias bacteriológicas, perversamente creadas en laboratorios para dirimir conflictos étnicos, religiosos y de hegemonía de poder.
Estamos, no hay duda, atravesando por un nuevo capítulo de la llamada crisis de mortalidad que ha sido una constante desde que el mundo es mundo y que ha tenido diferentes escenarios como la pandemia de gripe de 1918, también conocida como la gripe española, causada por un brote del virus Influenza A del subtipo H1N1 en solo un año mató entre 20 y 40 millones de personas.
Mientras los científicos se esfuerzan por encontrar una vacuna y hacen experimentos, solo la unidad de propósitos, por encima de intereses políticos, económicos y sociales, puede como ha ocurrido en otras pandemias, ayudarnos a superar lo que ahora, pese a su gravedad, no puede envolvernos en un sentimiento de derrota o pesimismo.
Con la ayuda del Altísimo que todo lo puede, los humanos tenemos con el coronavirus una oportunidad de demostrar que además de dueños del planeta, también debemos ser dueños del destino y la perdurabilidad de la existencia, con más humildad, comprensión y menos pugnas y conflictos desquiciantes.
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