Su muerte ocurrió en 1992 en la discoteca abandonada Four Roses
ESPAÑA.– Ayer, 13 de noviembre, se cumplieron 33 años del asesinato de Lucrecia Pérez Matos, la inmigrante dominicana cuyo caso marcó un antes y un después en la lucha contra los delitos de odio en España.
Su muerte, ocurrida en 1992 en la discoteca abandonada Four Roses, en Aravaca (Madrid), continúa siendo el símbolo más contundente del racismo estructural en la España de los noventa.
Lucrecia, nacida en Vicente Noble en 1959, había llegado a Madrid apenas dos meses antes del crimen y se encontraba en situación de vulnerabilidad tras perder su empleo como trabajadora doméstica.
La noche del 13 de noviembre de 1992, cuatro jóvenes -entre ellos el guardia civil Luis Merino Pérez- irrumpieron armados en el edificio donde se refugiaban varios inmigrantes y abrieron fuego. Dos disparos alcanzaron a Pérez, uno de ellos en el corazón. Otro hombre resultó herido.
La investigación determinó que el arma utilizada pertenecía al guardia civil, quien incluso intentó modificarla tras el ataque. La Audiencia Provincial de Madrid condenó a los cuatro implicados a un total de 126 años de cárcel, reconociendo de forma explícita el carácter racista del crimen.
Diversas organizaciones celebraron ayer actos conmemorativos en Madrid, incluida una ofrenda floral en el monolito erigido en memoria de Pérez.
Los colectivos antirracistas insistieron en que su nombre sigue siendo una llamada de alerta ante el avance de los discursos de odio. “No vamos a dejar nunca que su memoria se apague”, expresaron en un comunicado.
Treinta y tres años después, el caso de Lucrecia sigue interpelando a instituciones y ciudadanía, recordando que la lucha contra la intolerancia continúa siendo urgente y necesaria.