Cada vez que llueve los diarios (o ahora los medios digitales y noticieros de televisión) podrían ahorrarse mucho trabajo repitiendo las crónicas de la anterior inundación de la capital, cambiando detalles de fallecidos, damnificados, propiedades dañadas y las pendejadas de políticos acusándose unos a otros, según estén arriba o abajo.
Hace no sé cuántas inundaciones, recordé un titular de Germán Ornes de hace décadas ante lluvias enormes: “¡Agua, agua por doquier; más no hay para beber!”. Al relacionarlo con los cambios climáticos, me pregunto, “again”: ¿estaremos los humanos como sapos en una olla de agua tibia con el fuego subiendo, sin brincar afuera para salvarse porque se van acomodando hasta sancocharse?
Los humanos poseemos menos tolerancia a los cambios extremos. Esa poca sensibilidad la tenemos en la piel. ¿Y en la mente? ¿Está la humanidad metafóricamente echada en el fondo de un bullente caldero viendo con placidez los cambios ambientales como si fuésemos unos felices sapos? A plazo más corto, digamos “again”: urge construir alcantarillado pluvial y pozos filtrantes para evitar más desgracias.
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