Santa Isabel.- Los agricultores puertorriqueños hacen malabares para tratar de rescatar sus fincas diezmadas por el paso de la tormenta Ernesto y con el temor de que otro posible ciclón, durante la temporada pico de huracanes de septiembre, termine por arrasar sus cultivos.
«El mayor efecto se ve en el plátano. La siembra de hace tres meses prácticamente no le pasó nada, las grandes que ya estaban empezando a fructificar, esas sí, tumbó casi el 90 % de ellas», lamenta a EFE el agrónomo Miguel Antonio Berdiel, mientras muestra las plataneras arrasadas y los plátanos caídos al suelo.
Berdiel, que lleva más de 20 años trabajando en el campo, una pasión que le inculcó su abuelo, cultiva plátanos, café y diversas frutas en sus dos fincas, situadas en Santa Isabel (sur) y Adjuntas, en el área montañosa.
El secretario del Departamento de Agricultura de Puerto Rico, Ramón González Beiró, informó esta semana que los sectores más afectados por Ernesto, que golpeó la isla el pasado día 14, fueron los de los plátanos, con 11,5 millones de dólares de pérdidas registradas; café y hortalizas, con 2,5 millones; y guineos (bananos), con 2 millones.
«Es un reto, tras reto. Tenemos muchísimas cosas en contra. El tiempo, mucha lluvia, el calor, el cambio climático, plagas, son tantas las cosas con las que tenemos que lidiar día a día», afirma Berdiel, quien perdió también el 12 % de su siembra de café.
En Puerto Rico, el 85 % de los alimentos que se consumen son importados y los daños de las tormentas y huracanes en las cosechas locales son frecuentes. Hace dos años, el huracán Fiona arrasó también los cultivos de plátanos, que son fundamentales en la gastronomía puertorriqueña y la isla estuvo sin suministro varios meses.
Desde las instalaciones donde empaquetan la fruta contra reloj, Joel Vega, presidente de Oro Verde Inc y secretario de la cooperativa G8 en Santa Isabel, explica que la tormenta no solo provocó daños a su paso, sino que ahora la mayor preocupación son las plagas y hongos que se generan con la acumulación de agua.
«Como un 75 % del plátano que tenemos sembrado en la finca de Aguada (oeste) se cayó, adicional ya estamos viendo daños en los cultivos de piña como consecuencia del exceso de lluvias», asevera Vega, que produce césped, ganado de carne, plátanos, piñas y limas en Aguada y Santa Isabel.
Vega rememora que durante la tormenta los dos ríos que rodean su finca de Aguada se salieron de cauce e inundaron su terreno y otras áreas aledañas. Vio a los dueños de esos terrenos tratando de rescatar el ganado y los frutos que estaban a punto de madurar.
La situación fue similar en los pueblos norteños de Manatí, Fajardo, Vega Baja y Toa Baja. Además de las pérdidas de las cosechas, los agricultores tienen que lidiar con la falta de cobertura de sus seguros, que solo responden en caso de huracán y no de tormenta.
Vega destaca la necesidad de que la isla tenga «sustentabilidad alimentaria». Sin embargo, los riesgos de trabajar la tierra no son solamente los del clima, sino «las importaciones que muchas veces son las que dictan el precio» y el alza en la mano de obra.
Por su parte, Asier Roldán, presidente de la Asociación de bananos de Puerto Rico, indica desde su finca en Santa Isabel que, además de hacer frente a las catástrofes atmosféricas, están preocupados por la falta de agua de regadío.
«Un problema a bien largo plazo es que el agua de riego del canal que viene del lago de Villalba, que se supone que por ley es exclusivo para los agricultores, nos la están quitando para usarla para las casas y algunas farmacéuticas», clama Roldán.
Demasiados retos para un sector vital que, además, cada temporada de huracanes sufre un nuevo golpe.
«Aquí estamos a la voluntad de Dios de que ya no pase nada más, aunque estamos empezando (la temporada pico de ciclones)», sentencia Berdiel, con las manos llenas de granos de café inmaduros, recogidos tras caer al suelo por la tormenta.
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