Mientras el mundo se debate entre la incertidumbre provocada por la amenaza del coronavirus, con un avance hasta ahora indetenible y aún sin una vacuna disponible ni medicamentos debidamente probados, toma cuerpo nuevamente el debate sobre la llamada teoría de la conspiración, que apunta a la posibilidad de que el virus haya provenido de un laboratorio.
Este debate en nada contribuye a los esfuerzos que se hacen a nivel mundial para tratar de de detener o cuando menos reducir la incidencia de la pandemia, en medio del sombrío pronóstico de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que ha advertido que probablemente el mortal virus no será erradicado, sino que permanecerá por largo tiempo.
Quizás el único sentido y aporte que tendría este debate es identificar, si ese hubiera sido el caso, la forma en que se habría originado por la mano del hombre y de esa forma facilitar el antídoto, o sea el medio médico y farmacológico para contrarrestarlo y detener la avalancha de muertes en prácticamente todas las latitudes del orbe donde está haciendo grandes estragos.
Este nuevo debate ha tomado fuerza a raíz de que el presidente estadounidense Donald Trump asegurara, en conversación con periodistas, tener pruebas de que el Covid-19 se originó en un laboratorio de la ciudad de Wuhan, en China continental, a pesar de la versión oficial de esa nación de que fue detectado en un mercado de mariscos.
Aunque no entró en mayores detalles ni aportó una precisión específica al respecto, Trump afirmo haber tenido acceso a pruebas que le permitieron establecer con un alto grado de confianza que el nuevo coronavirus fue producto de una manipulación humana, algo que Pekín niega rotundamente.
Independientemente de la certeza o no de este juicio y del fundamento que tendría, lo relevante y a la vez preocupante por las implicaciones que tendría para la economía mundial, es que Trump amenaza con imponer aranceles a China por el caso, lo que volvería a recrudecer la guerra comercial con el gigante asiático, con repercusiones en todo el planeta.
Llama la atención el hecho de que el mismo día en que Trump relanza la teoría de la conspiración, que a pesar de los señalamientos no pasa de ser una especulación, la principal agencia de inteligencia de Estados Unidos negó que el SARS-CFoV-2 haya sido la creación de los seres humanos o que fuera genéticamente modificado, en un intento de aplacar las versiones de que se originara en un laboratorio.
Sin embargo, el director de esa agencia de inteligencia, Richard Grenell, admite que se investiga de forma rigurosa la información y los detalles para determinar si el brote comenzó a través del contacto con animales infectados o si fue el resultado de un accidente en un laboratorio en Wuham.
Como antecedente, los aliados de Estados Unidos en Europa habían iniciado procesos de demanda contra China al responsabilizarla por la propagación del virus, tras acusarla de no haber tomado las previsiones de lugar en su momento y ocultado la información que servida a tiempo hubiera permitido evitar la expansión de lo que se considera la mayor amenaza sanitaria en siglos.
En la controversia había intervenido también el virólogo Luc Montaghnier, ganador del premio Nobel por el descubrimiento del virus de la Inmunodeficiencia Humana, al sostener que el coronavirus fue creado por biólogos moleculares que buscaban una vacuna contra el VIH, lo que fue rechazado de inmediato por la comunidad científica internacional.
Insistimos que lo que procede es aunar esfuerzos a nivel global para combatir la pandemia, mientras los científicos tratan de crear una vacuna preventiva y la fórmula de medicamentos que sirvan para tratar a los enfermos y de esa forma salvar miles de vidas que hasta ahora están indefensas y sin ninguna protección segura.
