Está probado en la historia, en los negocios, y en las novelas de los grandes escritores que no hay nada más destructivo para un individuo o para una sociedad que resistirse al cambio.
En un mundo donde cada vez existe más destrucción y más ambición de poder para fines egoístas, nos hemos cerrado a explorar la posibilidad de ver más allá de nuestros intereses y cómo nuestras acciones pueden repercutir en los sentimientos y el accionar de los que nos rodean.
A nivel individual, abrirse al cambio es lo que lo que conlleva al progreso, a la aceptación de nuevas formas de comportamiento y a la interacción con otros individuos que puedan aportar a nuestro crecimiento. La fatal destrucción de los grandes líderes ha estado en pensar que pueden valerse por sí solos, que cerrándose a nuevas ideas, culturas y formas de pensar van a poderse proyectar con un carácter de sensibilidad y de liderazgo positivo.
Muchas veces nos nublamos por querer proyectarnos demasiado a futuro, por querer resolver en un día los problemas que por años ya han existido en las sociedades, como si existiera una fórmula mágica para encontrar la felicidad o celebrar grandes triunfos. Lo que sí es cierto es que el éxito es solo cuantificable cuando es compartido y que el cambio es un proceso. Como todo proceso, así sea para convertirnos en las personas más honradas, felices y exitosas del mundo conllevan de tiempo, pero para que se den de manera fructífera debemos empezar por abrirnos al cambio.
Recomendación de la Semana: Leer sobre la Virgen de Agua Santa.
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