La campaña de desprestigio que se ha desatado contra varios de los periodistas más creíbles y destacados del país no es casual.
Por el contrario, se trata de acciones coordinadas por sectores vinculados a actos de corrupción o a posiciones políticas extremas, para quienes la existencia de un periodismo serio y comprometido representa un obstáculo significativo.
Aunque los ataques contra periodistas no son nuevos, ni tampoco lo es la violencia dirigida hacia ellos, el libertinaje propiciado por las plataformas digitales ha exacerbado una modalidad particularmente dañina: el asesinato de la reputación de los comunicadores y de los medios de comunicación que insisten en denunciar la corrupción y defender la verdad.
Este fenómeno no es exclusivo de la República Dominicana. Ocurre en Estados Unidos, en dictaduras, en democracias consolidadas y, por supuesto, en nuestro país. Sin embargo, lo que llama la atención es la intensidad y la virulencia con que se está llevando a cabo esta campaña, utilizando como excusa el supuesto apoyo a una agenda financiada por la USAID para desacreditar a la nación.
No se necesita ser un genio para darse cuenta de que esta campaña de desprestigio tiene sus raíces en los sectores vinculados al pasado gobierno del Partido Morado, que intenta, a costa de la reputación de profesionales serios, recuperar una credibilidad que, en mi opinión, será muy difícil de restaurar.
Afortunadamente, algunos de los que se prestaron para esta infamia han comenzado a retroceder. Unos han hecho admisiones públicas, otros han optado por el silencio, y algunos mantienen sus planteamientos, pero asegurando que no se referían a nadie en particular.
Espero que esta experiencia sirva de lección y que surjan más voces para enfrentar estas prácticas nocivas. El presidente Luis Abinader fue tibio en su defensa durante el programa La Semanal cuando se le preguntó sobre el tema. No debería haberlo sido, ya que difundir mentiras de manera intencional es un delito, y los delitos deben ser juzgados con firmeza.
Es momento de detener esto. Si bien es cierto que algunos medios y periodistas han caído en malas prácticas, eso no justifica que se intente desacreditar a toda la prensa. Atacar la libertad de prensa es atacar la democracia. Cuidado con lo que apoyamos, porque matar la prensa libre es, en esencia, matar la democracia.
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