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Brexit o las trampas de la democracia directa

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David Cameron alcanzó la posición de primer ministro del Reino Unido en mayo de 2010, luego de trece años de predominio del Partido Laborista, primero con Tony Blair (1997-2007) y luego con Gordon Brown (2007-2010). Para alcanzar esa posición, sin embargo, Cameron tuvo que formar el primer gobierno de coalición desde la segunda guerra mundial, pues el electorado no le dio una mayoría parlamentaria suficiente a su Partido Conservador para formar gobierno por sí solo. En esa ocasión se alió a los Liberales-Demócratas, la tercera fuerza en la política británica, la cual nunca ha logrado mayoría en el parlamento para formar gobierno por cuenta propia.

En la antesala de las elecciones de 2015, Cameron prometió que, de ganar las elecciones, realizaría un referendo antes de 2017 para que el pueblo decidiera si el Reino Unido debía continuar o salir de la Unión Europea. Con esa decisión procuró principalmente tranquilizar a los euroescépticos radicales de su partido, los llamados “backbenchers” por tratarse de los parlamentarios que, por no tener posición de liderazgo, se sientan en la parte de atrás en el bloque de asientos que corresponde a cada partido en el impresionante salón de los comunes de la Casa del Parlamento. De esa manera, Cameron consolidó su liderazgo interno en el Partido Conservador y, de paso, se encontró con la inesperada sorpresa de que su partido obtuvo la mayoría necesaria para formar gobierno en las elecciones del 7 de mayo de 2015 sin necesidad de continuar su alianza con los Liberales Demócratas. No podía haber felicidad más grande para Cameron, el político más joven en llegar a primer ministro desde principios del siglo XIX.

Pero Cameron calló en la trampa de la democracia directa. Jugó con fuego y salió achicharrado, como se dice por estos lados. Subestimó totalmente los riesgos de poner al pueblo a decidir de manera directa, obviando los mecanismos de representación de una democracia parlamentaria como la británica, un asunto tan complejo que a la vez puede ser tan trivializado y manipulado en una campaña política en un referendo. El tema central que movilizó al electorado fue el de la

migración, particularmente el rechazo a la presencia cada vez más creciente de polacos, rumanos y búlgaros que se benefician del libre movimiento de personas entre los países de la Unión Europea. Irónicamente, el Reino Unido fue uno de los países que más defendió la necesidad de que la Unión Europea se expandiera hacia el este de Europa, probablemente una decisión precipitada que generaría precisamente un desbordamiento migratorio de parte de esos países hacia los más prósperos de Europa occidental, luego del desastre en que el sistema comunista dejó a esos países del Este. Por supuesto, también estuvo presente la crítica, esta con mayor validez, a la burocracia de Bruselas y la desconexión de esta con los pueblos de los países miembros.

En el contexto que se produjo este referendo, el escenario estaba pintado para que los partidarios del Brexit apelaran a los instintos más primitivos de la gente, a sus miedos e incertidumbres, y le propusieran al pueblo una solución extremadamente simplista a sus problemas reales e imaginarios: salir de la Unión Europea. Solo pensar que la salida de esta podría, tal vez, detener la inmigración polaca-rumana-búlgara, pero no la proveniente de las viejas colonias británicas, ofrece una idea de cuán engañosa ha sido la campaña del Brexit, cuyo discurso, por supuesto, encontró las condiciones de recepción en amplios segmentos de esa sociedad. Curiosamente, en Londres, que para la revista The Economist es la ciudad más diversa y cosmopolita del mundo debido a la inmigración que llega a la misma, el voto a favor de permanecer en la Unión Europea fue abrumador, mientras que en muchos otros lugares de Inglaterra, en los que no necesariamente hay una fuerte presencia migratoria, el voto a favor del Brexit fue en sentido contrario. Como se sabe, Escocia e Irlanda del Norte fueron los otros dos lugares donde del Reino Unido donde el voto a favor de permanecer fue también muy elevado.

El triunfo del Brexit, producto de esa demagógica y populista manera de abordar una problemática tan compleja por parte de Cameron, aprovechada, por demás, por una variedad de políticos derechistas, xenófobos y racistas, ha dejado al Reino Unido debilitado y con el germen de la división. Escocia se planteará, más temprano que tarde, la opción de salir del Reino Unido, lo que agitaría las aguas políticas en Irlanda del Norte. Por su parte, los jóvenes se sienten defraudados y

frustrados, lo que va a generar desencanto de las nuevas generaciones con su propio país, el cual, dicho sea de paso, ha sido un imán para los europeos no solo del este, sino también de los países más desarrollados de la parte occidental. En Londres, por ejemplo, viven alrededor de trescientos mil franceses, lo que contribuye sin duda alguna a la vitalidad de esa gran ciudad.

Por demás, Cameron ha tenido que renunciar a su condición de Primer Ministro y terminará su carrera política, de manera innecesariamente abrupta, en total desgracia, con el peso de haber metido al Reino Unido en uno de los problemas más serios de su historia. A su vez, el líder laborista Jeremy Corbyn, quien no hizo una convincente campaña a favor de permanecer, comienza a encontrar resistencia en su partido, lo que probablemente desemboque también en una renuncia o una destitución como cabeza del Partido Laborista. Y por su parte, los líderes más extremistas de derecha se preparar para ver quién de ellos se queda con el liderazgo del Partido Conversador, siendo Boris Johnson, el indiscutiblemente talentoso ex alcalde de Londres, ex periodista y autor nacido en Nueva York, quien más probabilidades tiene de convertirse en primer ministro en los próximos meses.

Los demás países de la Unión Europea han sido estremecidos también por el Brexit. Los ultra-derechistas de Francia, Italia y otros países se han envalentonado ante esta decisión en el Reino Unido. Y si no hay una respuesta eficaz y audaz por parte de los liberales y demócratas europeos, estas fuerzas políticas que apelan al nativismo y al nacionalismo extremos se convertirán en cada vez más decisivas en sus respectivos países. Es un tiempo difícil para Europa, que exige mucho más de lo que los líderes mediocres que dirigen la mayoría de los países europeos están ofreciendo a sus pueblos.

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