El pueblo dominicano es bochinchoso, alegre, espontáneo, pero también sabe abandonarse al catastrofismo; a la idea de que los dominicanos son ineptos, indiferentes, o incapaces de mejorar y desarrollarse.
Cunde la opinión de que el país se está cayendo a pedazos: que nada sirve, que el transporte es caótico, la educación ineficiente, los servicios de salud patéticos; que la basura se amontona y la delincuencia azota, que estamos rodeados de funcionarios corruptos e incompetentes, y que en cualquier país de la región (excepto Haití) la situación es mejor.
Estos planteamientos no son del todo falsos. Es cierto que los servicios públicos son de baja calidad y que el sistema público está infectado de ineficiencia y corrupción.
Mi punto aquí es que la autoflagelación no lleva a mejorar esos males. Que la actitud de la ciudadanía tiene un impacto (positivo o negativo) en la siquis colectiva. Que con un simple repetir que todo anda mal no se solucionará ningún problema. Que la apatía criticona no conduce a la transformación. Que asumir que repicando los males se encontrarán soluciones es falso. Que los gobiernos son responsables de muchos males, ¡cierto! pero también la ciudadanía.
La República Dominicana tiene un inmenso potencial para ofrecer mejor vida a la población. Pero hay que superar el catastrofismo para tomar fuerzas y demandar al Gobierno las soluciones con energía positiva, con conciencia, con responsabilidad. Además, y muy importante, participar directamente en las soluciones.
Si la situación del país estuviera tan mal, la República Dominicana no fuera el imán migratorio que se ha convertido. En la región, otros países tan grandes como Venezuela están peor. Por eso emigran a territorio dominicano no solo haitianos, sino también cubanos, venezolanos, colombianos; e incluso europeos y norteamericanos.
Si la situación estuviera tan mal, la República Dominicana no captara tanta inversión extranjera. Los inversionistas internacionales no dejan su dinero desprotegido.
Si la situación estuviera tan mal, no hubiera tantos vehículos en las calles ni tantas auto ferias. Molestan los tapones, ¡es verdad! Pero adquirir vehículos supone capacidad de compra.
En vez de catastrofismo, el desafío es identificar lo bueno y enfrentar lo malo. Lo que mueve un pueblo al progreso no es el negativismo. Es la esperanza de cambio, de un futuro mejor; y eso requiere energía positiva y compromiso social, independientemente del gobierno de turno.
El catastrofismo es peor que el pesimismo porque el catastrofismo es un pesimismo activo, que supone la construcción de narrativas negativas para generar constantemente una sensación de desesperación en el pueblo.
¡Sí!, hay muchos problemas que necesitan solución. La lista es larga: pobreza, desigualdad, desempleo, deuda externa, corrupción, delincuencia, etc., etc., etc.
Decir que otros países están peor no es consuelo, ¡cierto! Pero no entender lo que funciona, o quejarse simplemente por lo que no funciona, es autoflagelación o mala intención.
Para superar los problemas se necesita criticidad creativa, capacidad de innovar, gallardía, atreverse a cambiar, y abandonar el constante denostar. Lo que va en negativo vuelve en negativo, y las sociedades necesitan optimismo.
El catastrofismo genera impotencia, satisface el morbo perverso de la degradación, y es amigo del enemigo.
¡Hay que superar el catastrofismo! No para autoengañarse, sino para marchar hacia el logro de lo que hoy parece difícil o imposible. Un verdadero desarrollo dominicano con calidad humana.
Las catástrofes siempre llegan y algunas escapan a nuestro control.
Al catastrofismo se llega por opción y se sale por firme decisión.
Que el año 2019, y muchos por venir, sean de optimismos transformadores.
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