“Contra la subjetividad de los hombres se levanta la objetividad del mundo hecho por el hombre”. (Hannah Arendt: La condición humana).
En el marco de la dimensión humana, la perspectiva es ser siempre parte de la solución y no del problema. Buscar, frente a los problemas cardinales, vitales, estructurales de la sociedad, los elementos que inciden, las causas, los intereses, la historia, los valores, las creencias, para encontrar las soluciones más pertinentes, más adecuadas, más efectivas para los distintos actores involucrados.
Todo académico, intelectual, profesional, ciudadano moral, ha de visualizar cada desafío, cada reto, en el desarrollo del curso vital, allí donde interactúan. El epicentro es siempre la búsqueda de la verdad y desentrañar el fenómeno social que como sociedad nos atrapa. Es como decía Giovanni Sartori “El único modo de resolver los problemas es conociéndolos. Saber que existen. El simplismo los cancela. Los agrava”. Objetivarlo es trascenderlo más allá de la ideología. Cuando un hecho, un acontecimiento solo se ve bajo la mirada de la ideología no nos conduce a mitigar, neutralizar o ayudar a disminuir el problema. Al contrario, lo problematiza aún más puesto que lo vemos en la sobredimensión de la subjetividad. Esa subjetividad viene por la sobrecarga de la ideología, de la deformación de la realidad. De su falsificación.
La ideología “se basa en el ejercicio del poder simbólico, en cómo se utilizan las ideas para esconder, justificar o legitimar los intereses de los grupos dominantes”, citando a Anthony Giddens y Philip Sutton en su libro Sociología. Para Salvador Giner la ideología “es un conjunto de creencias y conceptos, fácticos y normativos, que explican el mundo social a quienes la sustentan”. La ideología como falsificación de la realidad es lo que se ha venido produciendo en la sociedad dominicana en los últimos años en lo relativo al fenómeno de la inmigración haitiana y la cantidad de los mismos en nuestro territorio. Es toda una leyenda urbana alrededor de algo tan importante para nuestro país.
Las leyendas urbanas son mitos. Esos mitos desacerban, se solidifican en el imaginario de la gente a través de la ideología. La permanencia en el debate, más allá de la narrativa, los relatos falsos crean “realidades verdaderas” de acuerdo a la hegemonía de la clase dominante. Esas leyendas urbanas se enarbolan:
a) Nos quieren fusionar con Haití.
b) Hay tres millones de haitianos en República Dominicana.
c) Van a montar campos de refugiados.
d) El Censo es para regularizar un millón de haitianos en el país.
e) Los haitianos traen en la sangre la violencia.
f) Que son “brujos”.
g) Que son “vacás”.
h) Que la emigración es tan alta “que vamos a perder la identidad cultural”.
Es la leyenda urbana de mitos construidos en la ideología del discurso, que en gran medida procura la permanencia de un orden institucional-económico y social que no nos hace impulsar la modernización de la economía y con ello, más horizonte en la productividad, en la creatividad y la innovación. Es la asunción de mantener una sociedad tradicional, lacerada la gente en la explotación más ignominiosa. ¡No es en la tecnología más avanzada y en los salarios más competitivos!
El discurso de los ultranacionalistas, de la ultraderecha dominicana, cuando develamos las estructuras y los significados, su propósito, las palabras como producto social, no es más que querernos retrotraernos en la nostalgia del Siglo XIX, empero, desde una dimensión egocéntrica y etnocentrista. No llegan en el plano conceptual a desbrozar las tres funciones del discurso para basamentar y cohesionar: explicativa, expresiva y argumentativa. Los más “lúcidos” apenas llegan a las dos primeras fases. La última, para tener horizonte cierto requiere de lo empírico, de un poco de racionalidad, de un grado certero de objetividad que desborde la subjetividad orbitada en la mentira, el engaño, la desinformación y la manipulación, cristalizada en la posverdad de esta postmodernidad tan poca comprendida.
Los momentos históricos de mayor migración de Haití a nuestro territorio en los últimos años han sido: 1994 como consecuencia del golpe de estado a Jean Bertrand Aristide. En el 2010 derivada del terrible terremoto; y, ahora, desde el mes de julio de 2021, con la gran crisis política-institucional y social que se potencializó con el magnicidio del presidente Jovenel Moise. Cabe destacar que desde la muerte de los Duvalier en 1986 ese empobrecido país, no nación, ha devenido de un Estado fallido, un Estado colapsado, donde su elite política y empresarial no ha desarrollado el más mínimo contrato político-institucional. Haití, hoy, no tiene los componentes del Estado: poder, soberanía y derecho. Solo alcanza en estos momentos dentro de un Estado –Nación: territorio y pueblo.
Cada país ejerce su soberanía a través de sus leyes y constitución, aplicando las nociones de Estado: fuerza, poder (leyes y normas), autoridad-legitimidad. Nuestro país tiene su ley de migración 285-04 de agosto de 2004. Su Reglamento se aprobó 7 años después. No se aplica, como no se aplica la Ley Laboral que consagra el 80-20 en cada empresa, en cada organización. Los guardias, que son representantes en las fronteras del Estado, la han convertido en el borde más poroso. La economía dominicana tiene un PIB de 115 mil millones de dólares, en cambio, la haitiana es menos de 15,000. 6 de cada 10 haitianos viven con menos de dos dólares al día y la esperanza de vida es de 53 años y nosotros con promedio de 73 en los hombres y 76 en las mujeres.
El proceso migratorio es un fenómeno mundial, ha sido parte consustancial a la naturaleza humana a lo largo de su existencia. Tiene una dimensión económica, social, política, institucional y hasta espiritual. Los dominicanos somos 2.5 millones en el exterior. Esa es la cifra de nuestra famosa “DIASPORA” que en el 2021 envió 10,500 millones de dólares y este 2022 remesarán alrededor de 10,000 mil millones de dólares. Cada país impone sus reglas. Recientemente estuve en Bávaro y pregunté por la mano de obra dominicana, me dijeron “no hay, se van a Puerto Rico”. En la Pedro Henríquez Ureña, entre la Lincoln y Alma Mater, la CAASD está haciendo un trabajo, me paré: ¡no había ni un dominicano!
Actualmente el 95% de los trabajos de construcción, el 90% en agricultura y un componente significativo del trabajo doméstico (mantenimiento y cuidado) son ejercidos por inmigrantes haitianos. ¡Representan el 7% del PIB de la economía dominicana. Sin embargo, constituyen el eje de articulación para la competitividad de una parte de los empleadores, por pagar salarios de miseria y ausencia de todo vestigio de protección social, vía la seguridad social.
¿Cuántos inmigrantes extranjeros tenemos basados en estudios, en datos y no en la ideología e iniquidad? Para el 2012 con la Encuesta ENI realizada por el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo eran 524,632, representando un 5.4% del total de la población dominicana que se encontraba en 9,716,240. Para el 2017 aumentó a 5.6% del total de la población que se ubicaba en 10,189,895. Esto es, un tramo de 587,100 extranjeros, donde el 87% es haitiano. Para el 2022 tenemos entre 700,000 a 735,250. ¿Cuál es el peligro actualmente, más allá de la situación difícil por la que atraviesan los haitianos, que hace que los dominicanos tengamos que gastar miles de millones de pesos en el cuidado de la frontera, con miles de militares y lo que implica en logística, operaciones e investigaciones?
El comportamiento colectivo. Temo que los fundamentalistas de aquí, los xenófobos, propicien con sus marchas y mítines un comportamiento colectivo que degenere, que conduzca a acciones impropias de un país tan noble como el dominicano. El comportamiento colectivo, dice Bruce J. Cohen, tiene lugar “cuando dejan de ser adecuados los medios formales y tradicionales de hacer las cosas”. Añade el renombrado sociólogo que el comportamiento colectivo es emocional, impredecible, no estructurado y espontáneo, expresándose en turbas, manías colectivas, pánico, locuras colectivas, furores y modas. El comportamiento colectivo nos hace perder la identidad personal. Nos despersonaliza y nos lleva a tomar acciones irracionales, merced a la impersonalidad con que adoptamos nuestra conducta.
El resultado, producto del contagio, del odio y el miedo creado, es que deriva en lo que denominamos la incertidumbre instalada, es que se originan la anonimia y la impersonalidad, que gravitan en pánico, asonadas o turbas. Es lo que ocurrió en Puerto Plata recientemente. Lo que puede ocurrir con las manifestaciones y mítines, muchedumbres, públicos, convocados por el Instituto Duartiano y sectores ultraconservadores. El contagio emocional que derivan estas convocatorias para “reafirmar la dominicanidad”, de una defensa que no existe. No buscan las raíces, las causales del contexto de allá y que aquí hemos ido superando.
¡La prolongación oscura y añeja de la historia no puede ser la guía de un presente totalmente diferente!
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