REDACCIÓN.- Lo lento o rápido que comemos tiene un impacto directo en nuestra salud ya que afecta una serie de propiedades de los alimentos así como la forma en la que el cuerpo responde a ellos.
Mirando la TV, sentados en el escritorio con los ojos puestos en la computadora, parados frente la mesada de la cocina o, incluso, caminando.
¿Cuántas veces has desayunado o almorzado así rápidamente, sin darte unos minutos de tiempo para saborear lo que tienes entre las manos o en el plato?
El ritmo acelerado de la vida diaria y a veces simplemente la pura costumbre nos lleva a comer a muy rápido.
Y aunque muchas personas prestan atención a qué tipo de alimentos se llevan a la boca, ya sea por una cuestión de peso o de salud, se suele pensar menos en la velocidad a la que ingerimos los alimentos.
Comer rápido o despacio cambia no solo la velocidad a la que la comida entra en tu estómago, sino también a la que entra en tu tracto gastrointestinal.
Las personas que suelen comer más rápido generalmente tienden a tener:
-Sobrepeso
-Mayor acumulación de grasa en la cintura
-Niveles altos de colesterol LDL
-Consumir más calorías
-Padecer diabetes tipo 2
-Enfermedades vasculares
-Complicaciones metabólicas
Cuando comes más lento, se produce un aumento en lo que llamamos hormonas de la saciedad que le dicen a tu cuerpo que ya estas lleno.
La primera es que las señales de saciedad demoran entre 5 y 20 minutos hasta llegar al cerebro, así que si comes rápido, dado que estas señales no han llegado, puedes continuar comiendo sin darte cuenta de que ya comiste lo suficiente.
Si estás acostumbrado a comer rápido, cambiar de hábito no es sencillo, pero uno de los trucos más efectivos consiste en apoyar los cubiertos en el plato entre bocado y bocado.