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Cuba: parte y excepción de los cambios en nuestra América

Narciso Isa Conde.

En este tinglado continental Cuba representa la revolución de orientación socialista del pasado siglo, considerablemente estatizada, no abatida ni por el cruel y devastador bloqueo gringo, ni por los estragos económicos de la desintegración de la URSS y el denominado “campo socialista”.

Su sobrevivencia tiene mucho de hazaña después de “des-merengado o desfrenetado” el llamado socialismo real euro-oriental, la subsiguiente restauración capitalista en esa parte del planeta y el avance de reformas pro-capitalistas en los modelos asiáticos dirigidos por sus respectivos Partidos Comunistas dentro de una economía de Estado reformada, más eficiente y con fuerte vocación social; aunque estás experiencias asiáticas (China, Vietnam, Laos…), exitosas desde el punto de vista del crecimiento y generación de riquezas, se le presenta a manera de “tentación” en condiciones obviamente mucho más adversas.

Nueva dinámica.

Admitida la crisis de su modelo predominantemente estatista-burocrático, evidente su prolongado estancamiento y los riesgos de su continuidad, la revolución cubana ha entrado en una contradictoria fase de lenta movilidad; debatiéndose a lo interno entre socializar o privatizar lo estatal (como propiedad o como usufructo), entre conservar o no una alta proporción de propiedad estatal, entre eficientizar la gestión estatal o avanzar hacia la autogestión y la cogestión obrero-popular… con un desbalance hasta ahora no muy favorable a la socialización de lo estatal.

Han estado presente también las diversas visiones respecto a concebir o no un mercado vinculado a la ampliación de  las privatizaciones e inversiones extranjeras, respecto a si  abrir o no las compuertas de la contratación de trabajo asalariado a nivel privado y respecto al alcance del cuenta-propismo y su conversión o no en pequeñas empresa capitalistas o en futuras áreas asociativa y los alcances de las cooperativas.

Ocupan un lugar relevante temas como centralización-descentralización, estado-partido, relación entre verticalismo y horizontalidad en materia de debate y conducción, democracia y autoritarismo, representación y participación.

Desde fuera está la amenaza permanente de la nefasta contrarrevolución imperialista y gusana, encubierta tras demandas de liberalización política, economía de mercado, libre comercio, iniciativa y propiedad privada; acompañada de planes de desestabilización y de agresión militar.

Resistencias, impulsos y resultados inconclusos.

La herencia estatista-burocrática es demasiado fuerte y eso explica la resistencia a la socialización y la  democratización participativa e integral (económica, política, social, cultural, de género y generaciones); explica también la lentitud de la opción consistente en reformas pro-capitalistas combinadas con una fuerte economía estatal modernizada y reestructurada.

Pero el freno a ciertas pautas o intenciones y/o a la lentitud en otras, también se debe al significativo peso de la conciencia colectiva anti-capitalista, antiimperialista y prosocialista –activada por una militancia y una intelectualidad de vanguardia- que cuestiona las privatizaciones, la autorización del empleo de mano de obra asalariada a nivel privado, la concesiones de propiedades públicas en usufructo para establecer formas de explotación capitalistas, el cuenta-propismo abierto a la contratación de trabajo asalariada, las inversiones extranjeras débilmente reguladas y/o perjudiciales a la sanidad ambiental o al patrimonio natural (campos de gol, transgénicos…).

Si en Cuba es una virtud la resistencia a las reformas políticas de corte liberal y neo-liberal, no lo es a la democratización de corte socialista-participativa, a las formas de democracia directa, a la ampliación y ejercicio del poder popular, al debate horizontal, a la democracia en los centros de producción, estudio, servicios y medios masivos de comunicación; no lo es la resistencia a los cambios institucionales, constitucionales y sistémicos que amplíen el control social y ciudadano sobre el Estado, el poder de revocación del pueblo y la libertad de expresión y debate, que contribuyan a superar el monopolio en el ejercicio político más allá de lo formal y socialicen la vida política.

El debate en ese orden ha dado ya algunos frutos limitados en la ampliación las discusiones internas, en las proclamas a favor del espíritu crítico en el partido y la sociedad, en las exhortaciones contra las autocensuras, la extensión e intensidad de los debates internos, ampliación de los derechos sindicales y el crecimiento de la insumisión, que el propio presidente Raúl Castro ha asumido.

La resultante de todo esto es una mayor movilidad, una tendencia a cambiar y reformar, pero todavía con predominio del gran monopolio de estado acompañado de la compactación de las entidades gubernamentales, de regulaciones y normas en busca de mayor eficiencia y de una autonomía en las funciones estatales con vigilancia del partido sobre los planes y las conquistas históricas, pero sin control de la sociedad y sin poder ciudadano activo.

A la vez, en materia económica y social –al tiempo de preservar los enormes éxitos y el carácter social en materia de salud, educación, deportes, alimentación y logros científicos- han predominado las decisiones a favor de reformas orientadas a promover limitadamente la propiedad privada, el usufructo privado de la tierra en mayor escala, la explotación del trabajo ajeno a nivel privado y el cuenta-propismo sin norte asociativo.

Así mismo se ha favorecido el mercado en función de las áreas privatizadas o privatizables, cierta desprotección social en materia de empleo y gratuidades, poco impulso a la cooperativación y a otras formas asociativas y, en general, se evidencian recias resistencias burocráticas a convertir progresivamente a los/as trabajadores/as en reales dueños, gestores o co-gestores directos de las empresas públicas, esto es en productores-propietarios de los medios de producción, distribución, servicios y comunicación colectivizados.

Los avances en materia de estímulo al debate, a la crítica, a la participación; en materia de democracia interna en el partido y las organizaciones sociales; en materia de libertad de opción sexual, de los derechos de la mujer y de la juventud, de procesos asamblearios (no simplemente formales)… aunque en sí mismo importantes, no rebasan las esencias de un modelo político y estatal unipartidista, verticalista a nivel de Estado y de partido y en la relación de ambos con las organizaciones sociales tradicionales, lo que no quiere decir que no estén positivamente agrietados la uniformidad y el monolitismo a favor de la diversidad crítica.

Tampoco rebasan las esencias de una cultura dominante patriarcal y adulto-céntrica.

Retos y retos: Cuba y nuestra América.

Así las cosas, mientras una parte de los pueblos de nuestra América tienen el reto de derrotar a las derechas en el poder y desmontar la recolonización neoliberal, y otros la de completar avances hacia modelos post-neoliberales y transitar de procesos reformadores y reformistas a transiciones revolucionarias de orientación socialista; el pueblo cubano y sus sectores de vanguardia tienen –además de derrotar el bloqueo y los planes de agresión imperialistas- el desafío de transitar del modelo estatista y la autodeterminación conquistada al nuevo socialismo, a través de la socialización de lo estatal y la democracia socialista-participativa.

Procesos todos que confluyen hacia la gran meta de una Patria Grande liberada y socialista, en tránsito hacia el comunismo del siglo XXI.

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