Tras un sorpresivo viaje de trabajo a la hermana República de Punta Cana-Bávaro, informo que allá no vi ningún pobre padre de familia, ni un policía, ni un motochoncho, ni un limpiavidrio en los semáforos. Lo que más vi fueron hombres y mujeres de todas las tallas y colores en pantaloncitos cortos, con blusas y camisas floreadas y muy alegres, como si estuvieran gozando en un paraíso. Uno de ellos, al verme con guayabera y pantalones largos, me pregunto, extrañado, que de dónde yo era. “Soy dominicano”, le dije, y entonces me preguntó: “¿Y qué tan lejos queda su país?”…(“¡Uúuuuuu!”, le respondí con toda propiedad).
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