Es curioso cómo políticos aspirantes a empresarios, sin atributos que los rediman de su oficio, pellizcan envidiosamente a familias que llevan generaciones moliendo vidrio con los codos. Esos políticos epitomizan vicios como el nepotismo que contraría la meritocracia.
No es sólo el PRM, aunque allí hay clanes dinásticos igual que en el PLD. Desde el propio presidente Abinader, cuyo padre fue senador y ministro de Finanzas, hasta hijos, nietos y otros familiares de los expresidentes o líderes perredeístas Peña Gómez, Guzmán, Jorge Blanco, Hatuey, Tony Raful, Ramón Alburquerque, Suberví, Arnaud, Bonilla, Roberto Rodríguez, Andrés Bautista y otros. El PLD y su desprendimiento verde, así como lo que queda del PRSC y otros grupúsculos, también poseen su establo de potros, hijos de viejos caballos de batalla.
A diferencia de políticos de segunda o tercera generación, cuya aspiración es un cargo público, casi ningún hijo de empresario hace fortuna administrando lo ajeno. Y casi ningún hijo de político ha hecho fortuna sólo como empresario privado. No es difícil entender las diferencias entre las dinastías partidistas y empresariales.
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