Luto, dolor y lágrimas continúan llevando los accidentes de tránsito en nuestro país; el ligar la educación deficiente con el ritmo apresurado de vida, constituyen gasolina para las tragedias que generalmente terminan en muerte.
Y es que el irrespeto a la velocidad, el querer llegar primero poniendo «la cultura del tigueraje» por encima de la prudencia, más la falta de políticas públicas para prevenir accidentes son el acicate perfecto para las tragedias; las cifras son vergonzosas.
El hecho de no asombrarnos aunque sean 10, 12 o 14 las muertes un fin de semana por choques o atropellamientos que tienen como base la imprudencia, también suma a la epidemia de este problema de salud pública que aparentemente será eterno.
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