El dato más alarmante del estudio es la condición crítica de los arrecifes de coral. De los 64 sitios muestreados, más del 70% tienen menos del 10% de cobertura coralina viva.
SANTO DOMINGO -.– SANTO DOMINGO. - Los arrecifes están al borde del colapso, los pastos marinos se degradan silenciosamente, y los manglares, aunque resilientes, muestran signos claros de vulnerabilidad, según los resultados del programa Monitorea, el primer esfuerzo nacional de monitoreo sistemático, basado en ciencia y diseñado para informar decisiones de conservación en el país.
Los hallazgos, compilados por expertos de Fundemar, el Ministerio de Medio Ambiente y aliados científicos nacionales e internacionales, revelan un deterioro acelerado de los ecosistemas marino-costeros dominicanos entre 2015 y 2025.
El reporte proporciona la línea base ecológica más robusta jamás elaborada en el país, y lanza una advertencia clara: si no se actúa con urgencia, los servicios ecológicos esenciales que sostienen la vida, la economía y la seguridad costera podrían perderse irremediablemente.
El dato más alarmante del estudio es la condición crítica de los arrecifes de coral. De los 64 sitios muestreados, más del 70% tienen menos del 10% de cobertura coralina viva.
En el 46% de estos, el porcentaje ni siquiera alcanza el 2.5%. Los arrecifes dominicanos, antes biodiversos y vitales para la pesca, ahora están dominados por algas invasoras y presentan signos claros de colapso ecológico.
"Hemos perdido especies constructoras de arrecife casi hasta su extinción local. El coral pilar, por ejemplo, ya no se encuentra en varios puntos del litoral", señala el informe.
Entre los factores de esta degradación se cuentan: la enfermedad de pérdida de tejido (SCTLD), el blanqueamiento coralino derivado del aumento de temperatura, huracanes, y la mortalidad masiva del erizo negro (Diadema antillarum), un herbívoro clave para el equilibrio del ecosistema.
Además, la biomasa de peces comerciales es crítica: en la mayoría de los sitios no se superan los 500 g/m², con peces juveniles como dominante. Las especies carnívoras de gran valor comercial prácticamente han desaparecido.
Aunque menos visibles, los pastos marinos son tan cruciales como los arrecifes y los manglares. Funcionan como criaderos de peces, estabilizan sedimentos y capturan carbono. Sin embargo, el censo reveló que uno de cada cuatro sitios tiene menos del 60% de cobertura viva.
El hallazgo más preocupante es la baja abundancia de invertebrados y peces comerciales, un síntoma directo de sobrepesca, degradación del hábitat y falta de gestión. En muchos puntos, simplemente no se observaron peces.
Además, se ha detectado la presencia de la especie invasora Halophila stipulacea, que podría alterar el equilibrio ecológico si no se controla a tiempo.
Los manglares dominicanos, aunque muestran mejor salud relativa, no están exentos de amenazas. Según MONITOREA, el país ha perdido al menos 4.57 km² de manglar entre 1996 y 2022, con focos críticos en La Altagracia, Samaná y Monte Cristi.
El análisis revela una alta variabilidad local, con zonas donde la densidad de plántulas es baja o nula, indicando problemas en la regeneración natural. Los factores que inciden son múltiples: *desarrollo costero desordenado, alteración de regímenes hídricos y falta de protección legal efectiva.
Pese a esto, la mayoría de los bosques muestreados son maduros y densos, con una alta capacidad de *secuestro de carbono. Restaurarlos, según el estudio, no solo tendría un beneficio ecológico, sino también financiero, en el marco de mercados emergentes de *bonos de carbono.
Una de las revelaciones más importantes de MONITOREA es la interdependencia ecológica entre arrecifes, pastos y manglares. Muchas especies habitan en los tres ecosistemas durante distintas etapas de su vida.
“El colapso de los arrecifes afecta la productividad pesquera. La pérdida de manglares impacta la protección costera. Y la degradación de los pastos compromete la captura de carbono. Todo está conectado”, advierte el informe.
Los investigadores son claros: la restauración es más costosa y lenta que la conservación. La única forma de revertir estas tendencias es con inversión sostenida, monitoreo permanente y voluntad política real.
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