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“EL BENEFACTOR” (Y,2)

Un gran filántropo que da lo que no es suyo no es más que un farsante. Hemos pasado tantas vainas después de la muerte de Trujillo, que venirnos a dar con este recitativo de la gloria en pleno siglo XXI es como convertirnos en un país de pendejos y cretinos muy lánguidos. ¡Oh, Dios!           

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¿Qué es un rentista? ¿Qué es el rentismo? El rentismo se atiene a la característica más resaltante de la inversión capitalista, cuya naturaleza es la reproducción rápida de lo invertido. El rentista apuesta, invirtiendo capitales a determinado proyecto político, midiendo las posibilidades de triunfo del candidato y calculando los márgenes de recuperación apropiada de lo invertido. No hay idealismo posible en esa transacción, un rentista es un rentista, e invierte y espera ganar. Gonzalo Castillo invirtió recursos considerables en el proyecto político de Danilo Medina, y tiene millones de razones para proclamarlo como un “Benefactor”. El trujillismo dividió toda su prédica doctrinal a partir de la dicotomía que se establecía entre “Jerga y Discurso”. Pocos, muy pocos, fueron los intelectuales o panegiristas del trujillismo que alcanzaron la categoría del “Discurso”. Se podrían nombrar con los dedos de una mano y sobrarían dedos. A lo sumo figuras como Manuel Arturo Peña Batlle, el más conspicuo; o quizás Joaquín Balaguer, talvez el doctor Fabio A. Mota. La jerga fue lo predominante, y el ditirambo alambicado para referirse al tirano carente de toda sustentación teórica.

Cuando Gonzalo Castillo define al presidente Danilo Medina como un “Benefactor” probablemente no está ocupado en el análisis de las preocupaciones, prácticas, y pensamientos propios de una gestión de estado, sino en su satisfactoria condición particular de rentista. Si hay algo que caracteriza predominantemente a los gobiernos del presidente Medina es la intensificación de la práctica clientelista, unida a la cada vez mayor participación empresarial del rentismo en la administración pública. No olvidemos que incluso el proyecto presidencial en sí de Danilo Medina estuvo a punto de naufragar en aquella embestida histórica de Leonel Fernández cuando la precandidatura para las elecciones del 2008(“Me derrotó el Estado”- dijo entonces- con dos lágrimas cansadas asomándose por los ojos). El proyecto se sostuvo por los rentistas que lo asumieron, entre los cuales estaba Gonzalo Castillo, y transformó la plataforma política de Danilo Medina en un proyecto económico. A ese hecho sociopolítico debe Gonzalo Castillo el cargo, por encima de la circunstancia de que, sin ser ingeniero, pasara a Ministro de obras pública. Pero el rentismo produce también la hipercorrupción y la adulación; y en los grados de mayor miseria espiritual se empina sobre la jerga despótica del lambonismo y destruye las frágiles bases institucionales del país.

Danilo Medina es un político del siglo XIX, los umbrales de su práctica no traspasan esos linderos. Se puede creer la lisonja de Gonzalo Castillo. Es más, él la ejerce con ése presupuesto de “Benefactor” todos los días. ¿Qué son las visitas sorpresas, sino la aparición milagrosa de un “Benefactor” que llega para resolver todos los problemas? Él personifica, sustituye, al Estado. Es un gobernante del siglo XIX, aunque Gonzalo Castillo sea un rentista del siglo XXI, que invirtió y gana y gana todos los días. Pero, así como la jerga trujillista era de una pobreza espantosa, el lambonismo danilista llega del cielo de la predestinación de un rentista agradecido. La hipérbole fue el territorio de la jerga trujillista. Llegó al absurdo. Trujillo era “la autocreación del género, la sociedad como sujeto, representándose la serie    sucesiva de los individuos relacionados entre sí como un solo individuo que realiza el misterio de engendrarse a sí mismo”. Esa frase de Carlos Marx definía perfectamente la megalomanía de Trujillo, y sirve también para definir cualquier engendro del siglo XXI que intente reproducir esa práctica. Y si no fuera porque es el reflejo de un atraso descomunal en la concepción de lo que es el Estado, las expresiones de Gonzalo Castillo provocarían risas. El colmo del atraso es cuando, casi al borde del llanto, el Ministro de Obras públicas proclama a Danilo Medina como gran “filántropo” de la patria”.  Un corolario infeliz si tomamos en cuenta que esa gestión de la filantropía se ejerce con los fondos públicos. Un gran filántropo que da lo que no es suyo no es más que un farsante. Hemos pasado tantas vainas después de la muerte de Trujillo, que venirnos a dar con este recitativo de la gloria en pleno siglo XXI es como convertirnos en un país de pendejos y cretinos muy lánguidos. ¡Oh, Dios!

 

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