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El cacique Hatuey

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La primera vez que me encontré personalmente con el Lic. Hatuey Decamps fue en diciembre de 1981, en la cena navideña de la Asociación de Abogados de Santiago, de cuya directiva formaba parte no obstante ser un joven abogado con algo menos de dos años de graduado. Hatuey llegó a ese evento acompañando al Dr. Salvador Jorge Blanco, quien, en pleno activismo político con miras a las elecciones de 1982, pasó a visitar a la nutrida concurrencia de abogados reunida con motivo de esa especial ocasión. Estaba en la fila de recepción junto al presidente de la entidad, Lic. Luís Veras Lozano, así como con otros miembros de la directiva, por lo que pude compartir brevemente con tan distinguidos invitados. Conocía al Dr. Jorge Blanco porque había sido mi profesor de Derecho procesal penal en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM), pero a Hatuey solo lo había visto por televisión. Me impresionó su talante y personalidad, alguien que llenaba el espacio y atraía atención, aun cuando el personaje central de la noche era el abogado santiaguero quien unos meses más tarde sería electo presidente de la República.

Sin todavía cumplir los treinta y cinco años en ese momento, Hatuey ya era un actor de primer orden en la política dominicana. Fue un político precoz. Como líder estudiantil en la UASD logró una notoriedad inusual, lo que le sirvió de plataforma para emerger en la vida política nacional con relevantes papeles de dirección en su Partido Revolucionario Dominicano (PRD). Desde esa época muchos lo llamaban “el cacique Hatuey”.

En 1978 se catapultó en la opinión pública por su famoso debate con el Dr. Marino Vinicio Castillo, uno de los más depurados tribunos y polemistas que ha tenido el país en los últimos cincuenta años, en el que se discutieron temas cruciales en esa difícil coyuntura en la que estaba en juego la viabilidad o no de la transición democrática luego de los largos doce años de poder del Dr. Joaquín Balaguer. Hatuey fue un actor clave en la defensa de la voluntad popular, siendo esa la primera vez en la historia dominicana que un partido político le transfería el poder a otro

pacíficamente, aunque lamentablemente ese acontecimiento quedó marcado por el denominado “Fallo Histórico” que despojó al PRD de cuatro senadurías para permitir que el Partido Reformista mantuviera su mayoría en el Senado y, de esa manera, retuviera el poder de elegir los jueces del país y los miembros de la Junta Central Electoral, así como bloquear cualquier intento de reforma constitucional, como en efecto ocurrió.

El accionar político de Hatuey Decamps a finales de los años setenta y la década de los años ochenta se produjo en un escenario en el que otras figuras partidarias –Peña Gómez, Antonio Guzmán, Jorge Blanco- tenían mucho más poder y arraigo popular que él, pero esa realidad no impidió que él se destacara como un gran estratega y una figura con una gran capacidad para lidiar con situaciones políticas complejas. En sus intervenciones públicas usaba con maestría la ironía política, sacaba de balance a sus opositores y siempre estaba mirando “más allá de la curva” de la pista política dominicana.

Desde la Cámara de Diputados en el período 1978-1982 jugó un papel estelar, ejerciendo incluso la presidencia de ese órgano legislativo con distinción y habilidad. Sin embargo, junto a Jorge Blanco desde el Senado y Peña Gómez desde el partido desplegó una línea opositora al gobierno del presidente Guzmán que resultó ser innecesariamente excesiva, lo que produjo de ahí en adelante un divisionismo en ese partido que mermó su potencial como uno de los pilares del sistema político dominicano.

Hatuey puso a un lado sus propias aspiraciones políticas para convertirse en el gran artífice y articulador del proyecto presidencial de Jorge Blanco, en cuyo gobierno sirvió durante dos años como Secretario –hoy Ministro- de la Presidencia. Dejó el gobierno para irse al partido en busca de su propio espacio, pero dos años más tarde se produjo el retorno del presidente Balaguer al poder en el que permaneció durante diez años. En la siguiente gran confrontación Balaguer-PRD, en el 1994, Decamps jugó un papel estelar en la defensa de la candidatura de Peña Gómez, quien no pudo llegar a la presidencia en medio de serias acusaciones de fraude en su contra–dislocaciones masivas de electores de sus mesas de votación- por parte de sectores del partido de Balaguer.

En la siguiente etapa política, Hatuey tuvo que enfrentar dos nuevas figuras de la vida política nacional: en su partido a Hipólito Mejía y en la oposición a un joven con cualidades políticas e intelectuales excepcionales, el Dr. Leonel Fernández, quien emergió como la figura política dominante del país en esa época. Cuando el presidente Mejía armó su proyecto reeleccionista a partir del año 2002, Hatuey lo combatió frontalmente. Eventualmente fue expulsado de su partido por el sector del presidente Mejía, muchos de cuyos seguidores lo minimizaron por no tener un fuerte arraigo popular. En esa ocasión expresé públicamente que si bien Hatuey no tenía la masa de seguidores para ganar unas elecciones, sin él como estratega y conductor táctico del PRD a ese partido se le haría muy difícil volver al poder. El tiempo le ha dado la razón a este planteamiento.

Tras ser expulsado del PRD, Hatuey Decamps tuvo que formar un nuevo partido –el Partido Revolucionario Social Demócrata (PRSD)-, cuyo eje principal de identidad es el anti-reeleccionismo. En las más recientes elecciones prefirió postularse solo antes de aliarse a uno de los dos polos políticos principales, lo que le hubiera podido representar ciertos beneficios si no a él, al menos a sus seguidores, pero optó más bien por forjar la conformación de un frente opositor, lo que no fue posible por el sectarismo y la estrechez de miras de los candidatos opositores.

No obstante ser un anti-reeleccionista radical, Hatuey Decamps tuvo la grandeza de felicitar al presidente Danilo Medina por su triunfo electoral, al tiempo que ofreció los servicios de su partido para colaborar en la búsqueda de soluciones a los desafíos nacionales. Con este gesto le dio una gran lección al resto de la clase política opositora, al tiempo que hizo una simbólica, pero no menos importante, contribución a la gobernabilidad política en el país. De esta manera hizo un nuevo aporte a la propia democracia dominicana para cuyo establecimiento y desarrollo ha hecho tanto esfuerzos.

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