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EL egoísmo y el amor

Me enteré que un antropólogo propuso un juego a los niños de una tribu africana. Puso una canasta llena de frutas cerca de un árbol y le dijo a los niños que aquel que llegara primero ganaría todas las frutas.

Cuando dio la señal para que corrieran, todos los niños se tomaron de las manos y corrieron juntos, después se sentaron juntos a disfrutar del premio.

Cuando él les preguntó por qué habían corrido así, si uno solo podía ganar todas las frutas, le respondieron: Ubuntu, ¿cómo uno de nosotros podría estar feliz si todos los demás están tristes? Ubuntu, en la cultura Xhosa significa: «Yo soy porque nosotros somos.»

El escritor cristiano Max Lucado, dice que -existe una enfermedad que hace que la peste bubónica parezca un catarro común. Cuenta la tasa de mortalidad debido a infecciones, fiebres y epidemias desde el principio de los tiempos, y todavía te quedarás corto  ante el número de afectados sólo por esta dolencia-.

Y añade,  -perdóname que sea yo quien te lo diga, pero tú también estás infectado. Tú sufres de eso. Eres una de  las víctimas, un portador de la enfermedad. Tienes los síntomas y evidencias  de la enfermedad. Eres uno de los casos, sujétate fuerte, del egoísmo-.

La palabra   egoísmo, viene del latín ego, yo, e-ismo, que significa Inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás. El egoísta es el que se encuentra en esa condición personal.

¿No me crees? Supongamos que estás en una foto de grupo. La primera vez que ves la foto, ¿a quién buscas? Y si has salido bien, ¿te gusta la foto?  Si tú eres el único que se ve bien ¿te gusta más la foto? Si algunos han salido con los ojos cerrados o tiene espinacas en los dientes, ¿te sigue gustando la foto? Si eso hace que te guste más, eres uno de los casos más graves.  El egocéntrico ve todo a través de sí mismo. ¿Su lema? «Todo se trata de mí.» El horario de viajes. El tráfico. La moda. El estilo de la alabanza. El clima, el lugar de trabajo, todo se filtra a través  el «mini—yo» que tenemos en los ojos, expone Lucado.

La ambición desmedida comulga con el egoísmo, la soberbia y la destrucción, cuanta ceguera y dureza de corazón existe en esas personas que presumen una realidad que solo existe en ellas mismas, como dice  Franko Castle de Montenegro.

El egoísmo es algo terrible y al respecto el  apóstol Santiago dice: «Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa.»

Por eso no es de extrañar  que Pablo escribiera: «No hagan nada por egoísmo o vanidad, más bien, con humildad consideren a los demás  como superiores a ustedes mismos. Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses  sino también por los intereses de los demás». A primera vista parece que el estándar que propone este pasaje  es imposible de alcanzar.

De hecho, los escritores del primer siglo usaban la palabra para describir a los políticos que obtenían sus puestos mediante manipulación ilegal o las prostitutas que  seducían a los clientes, humillándose tanto a sí mismas  como al otro. El egoísmo es obsesionarse  consigo mismo, excluyendo a otros e hiriendo a todo el mundo.

Velar por tus intereses personales  es manejar tu vida adecuadamente. Hacerlo de forma que excluyas  al resto del mundo, es egoísmo. El adverbio que resalta el pasaje es muy útil: «Cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses  sino también por los intereses de los demás».

¿Quieres tener éxito? Muy bien, pero ten cuidado de no herir a otros en el proceso. ¿Quieres lucir bien? No hay problema. Sólo no hagas que los demás  luzcan mal. El amor no es egoísta. El amor construye relaciones, el egoísmo las destruye. Por eso Pablo insiste: «No hagan nada por egoísmo o vanidad».  Aprendamos, pues, de los niños de la tribu africana.

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