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Batalla Electoral 2024

El ejemplo de los vencidos

Aníbal, vencido en Zama, se refugia en los dominios del rey de Bitinia, hasta donde le persiguieron sus adversarios imperiales.

Julio Cury

Aníbal, vencido en Zama, se refugia en los dominios del rey de Bitinia, hasta donde le persiguieron sus adversarios imperiales. Al saberse ya definitivamente perdido, se clava una espada en el pecho, mientras exclama: “¡Que la muerte de este anciano libere a Roma de sus temores!”. Marco Antonio, seducido por la belleza de Cleopatra, le devolvió la soberanía a su país, entonces un protectorado romano. Por este hecho, fue considerado traidor a su patria, razón por la cual César Augusto le hizo la guerra.

Convencido de que no tenía esperanza de victoria, se arrebató la vida en Alejandría; a su vez, Cleopatra, cuyas fuerzas habían luchado al lado de su amante Marco Antonio, se dio muerte haciéndose morder en sus senos adorables por una serpiente venenosa. Nerón, el más despiadado y grosero de los emperadores romanos, hasta el extremo de que su nombre es hoy sinónimo de crueldad, se “suicidó” cobardemente, ayudado por uno de sus esclavos, que le empujó el puñal colocado sobre su garganta antes de que recibiera muerte de manos de las tropas de Galba.

Adolfo Hitler, ante el éxito arrollador de la gran contraofensiva rusa que determinó el derrumbe alemán sobre los demás países de Europa, optó por quitarse voluntariamente la vida junto a su amante Eva Brown en su refugio subterráneo de la Cancillería, en pleno centro de Berlín, justo cuando los soviéticos estaban a punto de completar la ocupación de esta ciudad. Salvador Allende, ante la barbarie militarista chilena que asaltó la Casa de la Moneda, se suicidó de un disparo defendiendo sus principios y su gobierno.

Estos son solo seis ejemplos de cómo han terminado sus vidas quienes han sido colocados en la disyuntiva de vencer o morir. Con ocasión de la derrota de Irak en la guerra del golfo Pérsico, se conjeturó sobre el desenlace de Saddam Hussein, quien finalmente prefirió unirse al general Manuel Antonio Noriega e izar la bandera blanca, contrastando así con Aníbal, Marco Antonio, Cleopatra, Nerón, Hitler, Allende y muchos más que se borraron con valor y vergüenza del libro de los vivos al enfrentar una suerte adversa.

¿Qué decir de Leonel Fernández? Dijo y repitió hasta el cansancio, con tufo a petulancia, que ganaría abrumadoramente las primarias del 6 de octubre pasado, y sin embargo, cayó derrotado. Se negó a aceptar los resultados y con el amarrillo de su bilis, empezó a colorear una campaña de descrédito contra la JCE que se extiende hasta los días que corren, estando aún por determinarse si no fueron él y los suyos, en venganza fanática, quienes el 16 de febrero metieron sus cuñas afiladas en el sabotaje al sistema automatizado. Sea como fuere, lo cierto es que el exmandatario, que emprendió cobardemente la de Villadiego, quedó marcado con el hierro candente por esa vacilación extraña a los hombres, a los hombres de verdad, de no saberse enfundar de dignidad en ese supremo y dignificante momento que el destino le ofrece a los perdedores egregios.

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