Acudí entusiasmado a la puesta en circulación del segundo tomo de las memorias de Monseñor Agripino Núñez Collado. En un país que, como bien advierte Bernardo Vega en el prólogo a este nuevo volumen, son poquísimos quienes escriben su autobiografía, mucho menos actores del primer orden como Monseñor, sin cuya presencia no pueden entenderse más de tres cuartos del último siglo de la historia dominicana, no quería perderme un momento estelar en la vida del padre del diálogo en la República Dominicana, cuando nace, próximo su autor a cumplir 88 años, no solo un nuevo vástago de su rica bibliografía, sino la segunda entrega de unas memorias imprescindibles para comprender el devenir político y social de nuestra media isla.
Agripino Núñez es lo que Peter Häberle, al explicar el concepto pluralista de pueblo, denomina “personalidad”, personalidad constitucional o constituyente, junto con los grupos sociales y organizaciones, iglesias, sindicatos, asociaciones de la más diversa índole, que componen esa “sociedad civil” redescubierta en las transiciones democráticas en Europa del Este y en nuestra América.
Una personalidad que no soló convirtió el diálogo en mecanismo de resolución de controversias político-sociales, sino que encarnó el liderazgo de la sociedad civil cuando ésta, desde el oscurantismo trujillista y balaguerista, emergió poderosa en la arena pública de la democracia; que contribuyó decisivamente a la institucionalización del diálogo a nivel legal y constitucional; y que propició una reforma constitucional que, como la de 2010, fue basada en la concertación y en las consultas populares. Ha sido Agripino, sobre todo, un constructor de instituciones como lo revela su exitosa obra magna: la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM).
Ahora que Agripino puede, sin pelos en la lengua, contarlo, nos adentramos de su mano no solo en las intríngulis de los diálogos en los que fue protagónico mediador, sino también en muchos episodios soslayados de nuestra historia reciente, como cuando denunció valientemente, antes que muchos obispos con diócesis, los abusos cometidos por el nuncio apostólico de infausto recuerdo contra esos pequeños que bien nos recuerda Agripino no quería Jesús fueran escandalizados.
Pero lo que es más importante: en sus memorias, Agripino, fiel a su temperamento esencialmente humilde y agradecido, reconoce a sus amigos, a sus más estrechos colaboradores, a tantos que le han ayudado en su misión en la tierra, a tantos que se identifican con sus enseñanzas, obra y legado y a tantos cuyas vidas ejemplares él auspició su reconocimiento desde la rectoría de la PUCMM.
Y, lógicamente, no podían faltar en estas memorias, los mejores amigos del hombre, los perros que desde niño ha querido tanto Monseñor, esos bellos e inteligentes pastores alemanes de los que se ha sentido siempre orgulloso: Koper, Mara, y otros caninos amigos que le han acompañado en sus afanes, triunfos, fracasos, soledades, oraciones y meditaciones, en las alegrías y en las penas.
Cuando se leen estas memorias, conocemos al insigne dominicano, pero, además, al Agripino Núñez Collado que, como “alma delicada se siente molesta al saber que hay que darle las gracias”, opuesta, como afirma Nietzche, a esas almas groseras que se molestan al saber que tienen que darlas. Pero, aunque le disguste, proclamamos alto: ¡gracias Monseñor por todo y por tanto a favor de nuestro país y nuestra democracia!