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El medio ambiente: una prioridad

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Días atrás el Ministro de Recursos Naturales y Medio Ambiente, Francisco Domínguez Brito, anunció la puesta en marcha de un plan de recuperación para la importante zona acuífera de Valle Nuevo. Ahora, como primera etapa de ejecución, acaba de otorgar un plazo de ciento veinte días para que agricultores y criadores de ganado que invadieron áreas protegidas causando graves perjuicios ecológicos, abandonen esas prácticas, desmantelen las infraestructuras que hayan levantado y retiren todos los equipos que hayan estado usando para esa explotación ilegal.

Es de esperar que se vigile el estricto cumplimiento de esa disposición sin paños tibios para nadie, sin importar su rango o nivel de influencia. El celoso cuidado de las áreas reservadas, las vitales fuentes de agua y la calidad del medio ambiente deben convertirse en un serio compromiso urgente, estricto y sagrado.

¿Está la cúpula del gobierno consciente de la gravedad del problema? Recordemos que durante sus dos últimas visitas sorpresa a la región sur, el presidente Danilo Medina pudo constatar por propios ojos el grave daño ecológico provocado por la creciente deforestación de la Cordillera Central, principalmente con la finalidad de producir carbón, que se ha venido llevando a cabo de manera ininterrumpida e impune.

Enviado a través de la frágil y sospechosamente cómplice vigilancia fronteriza, su destino es el mercado vecino. El grave daño para el vital inventario boscoso del país se traduce en cuantiosos beneficios a favor del grupo que asocia a depredadores haitianos y dominicanos, en esta actividad delictiva que adquiere calificación criminal. La impresión recibida por el mandatario la refleja su terminante advertencia de que se llevará preso a todo el que sea sorprendido deforestando.

Es alerta que compromete a todos los funcionarios de su gobierno, sin excusa posible. Pero que además requiere de una vigorosa y definida política de preservación convertida en cruzada que comprometa tanto al sector público como al sector privado para crear conciencia y compromiso en el pleno de la ciudadanía y que debe también incluir la extracción indiscriminada de los ríos de materiales para la

construcción, la estricta auditoría de las condiciones de explotación de las concesiones mineras y cualquier otra forma de agresión al medio ambiente, con severas sanciones penales y económicas para los infractores.

Sobre el tema, el Ministro de Industria y Comercio, Temístocles Montás, al pronunciar las palabras inaugurales de la tradicional Feria Expo-Cibao en Santiago, no se limitó a señalar los cambios que las políticas públicas han producido en el desenvolvimiento del comercio con normas muy diferentes a un cuarto de siglo atrás, sino que derivó su discurso a la importancia del tema medio ambiental.

Montás llamó la atención sobre el temor creciente que provoca el deterioro climático advirtiendo que, copiamos, “si no detenemos el desarrollo productivo irracional que hay hoy al presente en los próximos dos años se produzca un crecimiento de la temperatura de más de dos grados centígrados y eso va a afectar el desarrollo global del mundo, empezando por la agricultura”. Más claro no canta un gallo al amanecer

La pasada semana, el matutino “Hoy” resaltó en portada, bajo el llamativo título de ¡Nos quemamos¡, la alarmante información de que estamos ahora mismo sufriendo la más elevada temperatura en los últimos 120 mil años, ojo, no 120, sino 120 mil, que registra la tierra. No requiere de mucho trabajo imaginar que pudiera pasar si a la actual condición climática sumamos dos grados en apenas un par de años más.

El calentamiento global es una realidad comprobada y en aumento. No es especulación ni teoría aventurada. La estamos sintiendo en la propia piel, día a día, en el sudor creciente que escapa por los poros; en el calor asfixiante que deshidrata y debilita.

Este es nuestro mundo. En el que vivimos. El único de que disponemos y que tenemos que cuidar como la niña de nuestros ojos. Más que deber o compromiso, es un reto en que nos jugamos la vida. O lo hacemos o perecemos todos. Tan sencillo y categórico como eso.

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